L'allégorie
du patrimoine
Françoise Choay
Seuil, Paris. 1992.
Capítulo V, pp130-151 (traduc. M.Guardia)
La invención del patrimonio urbano
Haussmann, que tuvo en su tiempo tantos enemigos y tan diversos como
hoy, rechazaba la acusación de vandalismo que le dirigían ciertos amantes del viejo
Paris: "Pero, buenas gentes, que, desde el fondo de vuestras bibliotecas, parece que
no hayan visto nada (del estado de insalubridad del viejo Paris y de la metamorfosis
realizada), citen, al menos, un antiguo monumento digno de interés, un edficio precioso
para el arte, curioso por sus recuerdos, que mi administración haya destruido, o del que
se haya ocupado, para algo que no sea despejar su entorno para ponerlo en valor y en tan
buena perspectiva como sea posible". El barón tenía razón y se le debe
efectivamente la conservación de numerosos edificios que, como Saint-Germain-l'Auxerrois,
estaba previsto demoler. En este sentido, este burgués iluminado era efectivamente el
contemporáneo de Mérimée que por otra parte encontraba en el entorno del Emperador.
Sin embargo, en nombre de la higiene, de la circulación e incluso
de la estética, destruyó manzanas completas de tejido antiguo de Paris. Pero también en
esto era un hombre de su tiempo: la mayoría de los que, en su época, defendían en
Francia los monumentos del pasado con más convicción y energía, también estaban de
acuerdo en la necesidad de una modernización radical de las viejas ciudades y de su
tejido. Así, Guilhermy publicaba en 1855 un Itinéraire archéologique de Paris en
el que hace un inventario minucioso de todos los monumentos individuales, que sentía
amenazados por los nuevos tiempos, sin preocuparse para nada de los conjuntos y del tejido
urbano propiamente dicho. Théophile Gautier, que, aquel mismo año, escribía el prefacio
del libro de E. Fournier sobre el viejo Paris, no podía impedir saludar la desaparición
de este Paris démoli como un progreso: "El Paris moderno sería imposible en
el Paris de antaño (
).
El propio Victor Hugo, poeta del Paris medieval, que había lanzado
duras pullas a las percées haussmannianas y a la monotonía de las nuevas avenidas
de la capital, no se opuso jamás en sus artículos o en sus intervenciones en la
Comisión de los monumentos históricos a la transformación general de los tejidos de las
ciudades históricas. Como su colega Montalembert, se limitó, cuando se dió el caso, a
proponer alguna desviación de las vías proyectadas para salvar, no la continuidad de un
conjunto urbano, sino un monumento (
).
Balzac resumía bien un sentimiento implícito en la Francia de su
época, cuando describía la supervivencia de Guérande como una anacronismo y cuando
preveía que las viejas ciudades no serían conservadas mas que en la "iconografía
literaria". No se puede negar que la mayoría de los románticos franceses se sintió
traumatizada por el urbanismo de los "ensanchadores" y que vió desaparecer con
nostalgia las viejas ciudades de las que celebraba el encanto y la belleza. Sin embargo, y
es para la historia de las mentalidades el punto esencial, está claro que para ellos no
se trataba de un patrimonio específico, susceptible de ser preservado a la manera de un
monumento histórico.
Por razones vinculadas a tradiciones culturales profundas, esa
actitud se mantendría largo tiempo en Francia, de hecho no ha desaparecido aún
realmente. Con todo, la noción de patrimonio histórico urbano(
) nació en la misma
época de Haussmann, pero (
) en Gran Bretaña bajo la pluma de Ruskin. Luego,
conoció una evolución y un desarrollo difíciles cuyas modalidades merecen ser
analizadas.
¿Por qué esta separación de cuatrocientos años entre la
invención del monumento histórico i el de la ciudad histórica? ¿Por qué esta última
ha tenido que esperar tanto para ser pensada como objeto de conservación en un sentido
completo, y no reducida a suma de monumentos? Numerosos factores han contribuido en el
retraso tanto de la objetivación como de la "puesta" en historia del espacio
urbano: por una parte, su escala, su complejidad, la larga duración de la mentalidad que
identificaba la ciudad a un nombre, a una comunidad, a una genealogía, a una historia en
alguna medida personal, pero se desinteresaba de su espacio; por otra parte, la ausencia,
antes del principio del siglo XIX, de catastros y documentos cartográficos fiables, la
dificultad de descubrir los archivos referentes a los modos de producción del espacio y
de las transformaciones del espacio urbano a través del tiempo.
Hasta inicios del siglo XX, las monografías eruditas que explicaban
las ciudades no abordaban su espacio sino era por mediación de los monumentos, símbolos
cuya importancia variaba según los autores y los siglos. En cuanto a los estudios
históricos, hasta la segunda mitad del siglo XX, se habían interesado por la ciudad
desde el punto de vista de sus intenciones jurídicas, políticas y religiosas, de sus
estructuras económicas y sociales: el espacio estaba, en buena medida, ausente. (
)
Por su parte la historia de la arquitectura ignoraba la ciudad. Sitte señalaba de forma
pertinente en 1889: "Incluso la historia del arte que trata los restos más
insignificantes, no ha reservado el mínimo espacio a la construcción de las
ciudades". Entre la Segunda Guerra Mundial y los años 80 se podían contar todavía
los historiadores y los historiadores del arte que trabajaban en el espacio urbano.
Hoy, sin embargo, se asiste a un florecimiento de trabajos sobre la
morfología de las ciudades preindustriales y de las aglomeraciones de la era industrial.
Este movimiento ha sido impulsado por los estudios urbanos, de los que conviene recordar
el papel que han jugado en la génesis de una verdadera historia del espacio urbano.
La conversión de la ciudad material en objeto de saber histórico
vino provocada por la transformación del espacio urbano posterior a la revolución
industrial: conmoción traumática del medio tradicional, emergencia de otras escalas de
viario y parcelario. Fue entonces, por efecto de la diferencia y, según la palabra de
Pugin, por contraste, que la vieja ciudad se convirtió en objeto de
investigación. Los primeros en ponerla en perspectiva histórica, y en estudiarla según
los mismos criterios que las formaciones urbanas contemporáneas, fueron de entrada los
fundadores (ingenieros y arquitectos) de la nueva disciplina a la que Cerdá dio el nombre
de urbanismo. El mismo autor proponía la primera historia general y estructural de la
ciudad.
Pero oponer las ciudades del pasado a la ciudad del presente no
significaba querer conservar las primeras. La historia de las doctrinas del urbanismo y de
sus aplicaciones concretas no se confunde en absoluto con la invención del patrimonio
urbano histórico y de su protección. Sin embargo, las dos aventuras son solidarias. Que
el urbanismo se dedique a destruir los viejos conjuntos urbanos o que intente
preservarlos, es justamente por su condición de obstáculo al libre despliegue de las
nuevas modalidades de la organización del espacio urbano que las viejas formaciones han
ido adquiriendo su identidad conceptual. La noción de patrimonio urbano histórico se ha
ido constituyendo a contracorriente del proceso de urbanización dominante. Es el punto de
llegada de una dialéctica de la historia y de la historicidad que se juega en tres
figuras (o aproximaciones) sucesivas de la vieja ciudad. Llamaré a estas figuras
respectivamente memorial, histórica e historial.
La figura memorial
La primera figura (la memorial) surge en Inglaterra de la pluma de
Ruskin. Desde principios de los años 1860, en el mismo tiempo que comienzan los
"grands travaux de Paris", el poeta de Las piedras de Venecia se subleva
y alerta la opinión pública contra las intervenciones que lesionan la estructura de las
viejas ciudades, es decir su tejido. Para él, esta textura es el ser de la ciudad, que
él considera objeto patrimonial intangible, a proteger sin condición.
Ruskin es llevado a esta toma de posición por el valor y la
función que atribuye a la arquitectura doméstica, constitutiva del tejido urbano. Es la
contigüidad y continuidad de sus moradas modestas, al borde de sus canales y calle, que
convierten Venecia, Florencia, Ruán, Oxford en irreductibles a la suma de sus grandes
edificios religiosos y civiles, de sus palacios y de sus colegios, y hacen de estos
conjuntos urbanos entidades específicas.
La vieja ciudad entera parece jugar, en este caso, el papel de
monumento histórico. Es sin embargo una ilusión para la que Ruskin mismo da elementos de
rectificación. En efecto, en las Siete Lámparas de la Arquitectura, que tratan de
la arquitectura y no de la ciudad, el monumento histórico funciona casi como un
auténtico monumento intencionado. (
)
Sin llegar a formularlo explícitamente, Ruskin hace el
descubrimiento que nuestra época no ha terminado de redescubrir. A través de los siglos
y de las civilizaciones, sin que aquellos que la edificaban o la vivían lo pretendieran,
o fueran conscientes de ello, la ciudad ha tenido el rol memorial del monumento: objeto
paradójicamente no levantado con esta intención, que, como todos los viejos pueblos y
todos los estableciminetos colectivos tradicionales del mundo, tenía (
) el doble y
maravilloso poder de enraizar a sus habitantes en el tiempo y en el espacio.
Pero este descubrimiento insigne, Ruskin no consiguió situarlo en
su perspectiva histórica. Para él es un sacrilegio tocar las ciudades de la era
preindustrial: debemos seguir habitándolas como en el pasado. Garantizan nuestra
identidad, personal, local, nacional, humana. (
)
¿Ceguera? Moralismo impenitente y apasionado, más bien, que le
conduce a dificultades insolubles. Muy a su pesar, se reconoce implicado en un mundo a dos
velocidades y dos tipos de ciudades. Las que quiere y las que cita más a menudo,
generalmente casi intactas y de dimensiones reducidas, son las apropiadas para el
ejercicio de la memoria y de la piedad, sin que por otra parte se precisen y distingan los
estatutos que corresponden a aquellos que las habitan y los que se limitan a visitarlas.
Las otras, las metrópolis del siglo XIX, con sus vastas avenidas "imitadas de las
Campos Elíseos", sus hoteles, sus edificios de oficinas y sus casas de pisos de
alquiler, le parecen un fenómeno que no tiene su lugar en las tradiciones y el orden
urbano: su lugar natural es el nuevo mundo sin memoria, los Estados Unidos o Australia.
En muchos sentidos, en particular cuando prevé la estandarización
planetaria de las grandes ciudades, Ruskin revela una sensibilidad de visionario. Sin
embargo la causa que defiende, y que defenderá con él, y después de él, William
Morris, no es propiamente la de la conservación de la ciudad y de los conjuntos
históricos. Los dos luchan por la vida y la supervivencia de la ciudad occidental
preindustrial.
La figura histórica: función propedéutica
La segunda figura encuentra su expresión privilegiada en la obra
del arquitecto e historiador vienés Camillo Sitte (1843-1903). La ciudad preindustrial
aparece entonces como un objeto perteneciente al pasado, y la historicidad del proceso de
urbanización que transforma la ciudad contemporánea es asumida en toda su amplitud y
positividad. Esta Visión es pues totalmente opuesta a la de Ruskin, pero también a la de
Haussmann: la vieja ciudad, caduca para el devenir de la sociedad industrial, es sin
embargo valorada y constituída en una figura histórica original que llama a la
reflexión.
En 1889, Sitte desarrolla sus ideas en una obra inmediatamente
famosa y después constantemente deformada por las lecturas tendenciosas, Der
Städtebau nach seinen künstlerichen Grundsätzen. En nombre de la doctrina de los
CIAM, S. Giedion y Le Corbusier han hecho de Sitte (
) el enemigo jurado del
urbanismo moderno. Contra la doctrina del CIAM, el Städtebau es desde hace quince
años la Biblia cuya autoridad garantiza todos los pastiches y diversas variaciones sobre
el tema de la ciudad reencontrada. Las dos apreciaciones opuestas se apoyan sobre el mismo
contrasentido que convierte el Städtebau una obra dogmática que mira al pasado
cuando está dedicada a los problemas de la ciudad presente y futura, para la cual la
ciudad antigua posee la dignidad del objeto histórico en todos el sentido del término.
El libro de Sitte tiene como origen una constatación, limitada y
precisa: la fealdad de la ciudad contemporánea, o mejor su ausencia de calidad estética.
No se trata en absoluto de una condena general y moral de la civilización contemporánea,
como en Ruskin. Al contrario, esta crítica viene acompañada de una aguda toma de
conciencia de las dimensiones técnicas, económicas y sociales de la transformación
consumada por la sociedad industrial y de la necesaria transformación espacial que la
acompaña. El progreso técnico modela nuestro mundo: confiere al espacio urbano
construido una extensión y una escala sin precedentes, le atribuye nuevas funciones entre
las cuales no parece caber el placer estético. "Son, en primer lugar, las
dimensiones gigantescas adquiridas por nuestras grandes ciudades, las que hacen estallar
el marco de las antiguas formas artísticas (
); el urbanista como el arquitecto debe
elaborar una escala de intervención propia de la ciudad moderna de varios millones de
habitantes (
). Debemos aceptar estas transformaciones como fuerzas dadas y el
urbanista deberá tenerlas en cuenta, como el arquitecto tiene en cuenta la resistencia de
los materiales y las leyes de la estática (
). Nuestros ingenieros han conseguido
auténticos milagros (
) para el bienestar de todos los ciudadanos (
) (pero) la
construcción y la extensión de las ciudades se han convertido en cuestiones casi
exclusivamente técnicas. "
La constatación de carencia dibujada por Sitte no tiene para él
interés en sí misma. Lejos de reducirse a una crítica doliente, es el trampolín para
un cuestionamiento. ¿Las metrópolis contemporáneas están condenadas a esta sequía
absoluta de belleza urbana? ¿Puede concebirse o prepararse el advenimiento de un arte
urbano acorde al devenir de la sociedad industrial? Éstas son las interrogaciones que
determinan la dinámica del Städtebau. Pasan por el análisis previo de las
disposiciones que confieren belleza a las viejas ciudades, lo que hace de Sitte el creador
de la morfología urbana: a partir del paradigma de la plaza pública, y con la ayuda de
las plantas realizadas por el mismo en decenas de espacios y de centros históricos,
describe y explica como, desde la ciudad antigua hasta la ciudad barroca, las distintas
configuraciones del espacio no han dejado de irradiar una belleza que no ofrecen nunca las
plazas contemporáneas.
Pero el interés de este análisis no es únicamente histórico. La
ciudad antigua puede aún aportar lecciones (el término enseñanza es recurrente en el Städtebau).
Contrariamente a una aproximación a menudo atribuida a Sitte, o justificada por su
autoridad, no se trataría de copiar o de reproducir configuraciones que responden a
estados de sociedad desaparecidos y hoy sin sentido. La solución de la antinomia entre
presente y pasado, historial e histórico, es sin embargo posible, con la condición de
recurrir a un tratamiento racional y sistemático del análisis morfológico: "No
tenemos otro medio para combatir la insidiosa enfermedad de la inflexible regularidad
geométrica que el antídoto de una teoría racional. Es la única salida que nos
queda para reconquistar la libertad de concepción de los antiguos maestros y utilizar,
con plena conciencia, los procedimientos que de forma no consciente, guiaron los creadores
de otras épocas en la que la práctica artística era aún una tradición". Bajo la
diversidad de configuraciones espaciales, portadoras en cada época, antigua, medieval,
barroca, de efectos estéticos propios, se buscaran reglas o principios constantes a
través del tiempo. Sabemos que estos principios (
) consisten en un conjunto de
caracteres formales, comunes a los distintos ejemplos de espacios públicos antiguos
presentados por Sitte: cerramiento, asimetría, diferenciación y articulación de los
elementos. Eran, por su intemporalidad, aplicables para el urbanismo del siglo XIX que
estaba finalizando.
El estudio morfológico de las ciudades antiguas y, en consecuencia,
la historia formal de su espacio constituye así para el urbanista una herramienta
heurística sin equivalente. Las reglas de organización de los llenos y de los vacíos
puestas en evidencia le abren la vía de una estética urbana experimental. La función
pedagógica que esta aproximación atribuye al estudio de las viejas ciudades y de los
problemas que plantea tiene sus semejanzas con la propedéutica propuesta una veintena de
años antes por Viollet-le-Duc en sus Entretiens sur l'architecture. En efecto,
durante la segunda parte de su carrera, estuvo, como Sitte para el arte urbano,
obsesionado por la búsqueda "auténticamente contemporánea". Trazó sin piedad
una requisitoria contra el historicismo y el eclecticismo de los arquitectos de su época,
condenó todas las formas de copia o imitación del pasado y apoyó, de la misma manera,
su investigación sobre un trabajo histórico. El análisis racional de los grandes
sistemas arquitectónicos del pasado (griego, romano, románico, gótico
) permitía
en efecto descubrir "aquellos principios inmutables que se mantienen verdaderos a
través de los siglos (
), (son) aplicados de forma diversa por las distintas
civilizaciones" y nos ayudaran a elaborar un nuevo sistema a partir de las nuevas
condiciones de nuestro tiempo.
De hecho el racionalismo común de Viollet-le-Duc y de Sitte
(
), ignorado por el conjunto de los historiadores, liga a los dos autores separados
por una generación(
). Uno para la arquitectura, el otro para el urbanismo en tanto
que arte, les Entretiens sur l'architecture y el Städtebau se proponen de
forma idéntica buscar las vías de una creación contemporánea que responda a las
demandas originales de una civilización bajo los efectos de una completa transformación
técnica, económica y social. Las dos obras están organizadas según la misma oposición
binaria entre una pasado caduco y un presente en gestación, piensan y dibujan esta
ruptura histórica con la misma agudeza dolorosa y el mismo horizonte urbano. Ya que
Viollet no se limitó al campo de la arquitectura. En la medida que no la disoció jamás
de su contexto mental, social y técnico, la ciudad no podía quedar fuera de sus
preocupaciones. La abordó, él también, desde una perspectiva morfológica y
encontramos, diseminados en los Entretiens, una serie de análisis que, en una
veintena de páginas, evocan la mayoría de los temas desarrollados en el Städtebau
veinte años más tarde, haciendo más fructífera la confrontación entre los dos textos.
Antes de volver al problema urbano, debemos constar que este
racionalismo histórico no deja de plantear dificultades teóricas y coloca a ambos
autores ante una antinomia, la del arte y de la razón. Ambos reconocen, en efecto que la
creación artística depende, a falta de un término más apropiado, de lo que llaman instinto.
Su libre manifestación caracterizaba un estado de sociedad cuyo modelo era él de la
ciudad griega. Es este instinto o voluntad artística, ahogada y quizás perdida en
nuestra sociedad técnica, lo que el análisis racional querría substituir. ¿Pero, cómo
puede la permanente autoconciencia, inherente a nuestra época y a nuestra civilización,
pretender paliar la inocencia artística pérdida?(
)
No resultará extraño que Sitte reconozca la artificialidad de las
ordenaciones urbanas efectuadas según las reglas y los principios que se desprenden del
análisis racional de las formas históricas. Confiesa: "¿Podemos realmente imaginar
y construir deliberadamente sobre el papel formas que el azar de la historia ha producido
a lo largo de los siglos? ¿Se puede realmente adoptar esta ingenuidad fingida, esta
naturalidad artificial? Seguramente no. Las alegrías serenas de la infancia nos son
negadas en una época en las que no se construyen espontáneamente". Viollet-le-Duc
no es menos consciente del carácter aleatorio del método que preconiza. No excluye
completamente una desaparición del arte arquitectónico y no se hace ninguna ilusión
sobre los efectos inhibidores de la autoconciencia y sobre el peso de la memoria
histórica.
Con todo, a pesar de su lucidez, ambos autores mantienen la
esperanza respecto al éxito de su método heurístico. (
) Ni uno ni el otro
renuncian a su proyecto. Pero a diferencia de Sitte, Viollet-le-Duc se orienta hacia una
solución que lo instala más sólidamente en la gran subversión de la era industrial.
Después de haber trazado su itinerario intelectual entre los sedimentos de la memoria
histórica, casi subrepticiamente, se interna por la vía estrecha, escarpada y ardua del
olvido. El descubrimiento de la "arquitectura del futuro" pasa por un doble
recorrido: el racionalismo histórico que pone en evidencia la sucesión de sistemas
arquitectónicos, exige luego el olvido de sus particularidades, y quizás incluso algo de
más. (
)
Una sola certidumbre se desprende del Städtebau, se refiere
a las ciudades del pasado: su función ha terminado, su belleza plástica permanece.
Conservar los conjuntos urbanos antiguos como se conservan los objetos de museo parece
inscribirse en la lógica de los análisis del Städtebau. Sin embargo Sitte no
militó a favor de la preservación de los viejos centros. Sólo, dos veces, expresó
brevemente, a lo largo de su libro que respondía a otras preocupaciones, la preocupación
de "salvar, si se está aún a tiempo, las viejas ciudades de la destrucción que las
amenaza cada día más". Otros, no él, desarrollaron la filosofía de la
conservación que se desprendía de su trabajo teórico y crítico, y atribuyeron también
una función museal a la vieja ciudad.
La figura histórica: función museal.
En tanto que figura museal, la vieja ciudad, con riesgo de
desaparecer, está concebida como un objeto raro, frágil, precioso para el arte y para la
historia y que, como las obras conservadas en los museos debe situarse fuera de los
circuitos de la vida. Al convertirse en histórica, pierde su historicidad.
Esta concepción de la ciudad histórica había sido preparada por
generaciones de viajeros, sabios o estetas. Los arqueólogos que descubrieron ciudades
muertas de la Antigüedad, los autores de guías i ciceroni, que recortaban el
mundo del arte europeo en espacios urbanos, contribuyeron en hacer pensable la
museificación de la vieja ciudad. Esta fea palabra no está exenta de ambigüedad. La
ciudad en tanto que entidad asimilable a un objeto de arte y comparable a una obra de
museo no debe ser confundida con la ciudad-museo, que contiene obras de arte. La noción
de ciudad de arte, nacida en el cambio de siglo, es lo suficiente vaga para ser tomado en
las dos acepciones. Sin embargo se caracteriza generalmente por la calidad y el número de
tesoros artísticos, monumentos históricos con decoraciones pintadas y esculpidas, museos
y colecciones, que encierra, a la manera de un inmenso museo a cielo abierto. De esto que
se puedan considerar ciudades de arte categorías heterogéneas de ciudades, capitales y
provinciales, grandes y minúsculas, desbordantes de vida o en letargo, sin que a menudo
la configuración del continente sea tomada en consideración.
La ciudad, el centro o el barrio urbano museales, tal y como el
análisis de Sitte los muestra, se imponen como totalidades singulares, independientemente
de los elementos que los constituyen. Paradigma: la Grand-Place de Bruselas,
arrancada a la haussmannización de la ciudad y preservada por su burgomaestre, Charles
Buls, ferviente admirador de Sitte. Buls no se limita a la conservación, restaura la
plaza histórica y reconstituye las partes que le faltan. La aproximación se inscribe a
la inversa de la conservación sacral según Ruskin. El historicismo de Viollet-le-Duc
marca la conservación museal de la Grand-Place como inspirará la de numeroso centros o
fragmentos urbanos antiguos en la Europa occidental.
La metáfora del objeto museal permanece sin embargo aproximativa.
(
) En efecto ¿cómo se podría conservar efectivamente y poner fuera del circuito
fragmentos urbanos salvo privándolos a la vez de sus usos y de sus habitantes? ¿Cómo
organizar los recorridos o la visita museal? El problema comenzaba a dibujarse. No será
puesto en términos explícitos y jurídicos hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Con todo, durante los primeros decenios del siglo XX, la figura y la conservación museal
adquieren una dimensión nueva, etnológica debido a la experiencia colonial. Cuando
Lyautey, influido por el ejemplo inglés en la India, emprende la urbanización de
Marruecos, decide conservar las creaciones urbanas, las medinas, de este país. A
diferencia de la política adoptada en Argelia, la modernización de Marruecos respetará
las fundaciones urbanas tradicionales, y se crearán nuevas ciudades siguiendo los
criterios técnicos occidentales. Esta decisión traduce la voluntad de preservar, con su
soporte espacial tradicional, modos de vida y una visión del mundo diferentes y juzgados
incompatibles con la urbanización de tipo occidental. Pero la apreciación estética
participa también, secundariamente, en esta voluntad de conservación y quizás la
integra incluso en una prospectiva de turismo de arte.
No es sorprendente que, dentro del movimiento de ida y vuelta, la
experiencia etnológica de una realidad urbana distinta, exótica haya sido trasladada a
ciudades familiares de Europa. Queda por hacer la historia de esta conversión de la
mirada, ilustrada entre otros por los urbanistas Prost, Forestier y Danger que había
formado Lyautey. Después de abandonar el Magreb, descubrieron con ojo extranjero
(
), el ancestral continente europeo: territorio que debía ser ordenado a escalas
inéditas que habían podido ser experimentadas en África, pero también territorios a
proteger. La armadura urbana preindustrial y sobretodo las pequeñas ciudades aún casi
intactas se convertían en vestigios frágiles y preciosos de un estilo de vida original
de una cultura en vías de desaparición, a proteger sin condiciones y, dado el caso, a
poner en reserva o museificar.
En la misma época, los CIAM rechazaban la noción de ciudad
histórica museal. Ejemplar, el plan Voisin de Le Corbusier (1925) proponía arrasar el
tejido urbano de los viejos barrios de Paris, para reemplazarlos de rascacielos estándar,
y no conservaba sino algunos monumentos heterogéneos, Notre-Dame de Paris, el Arco de
Triunfo, el Sacré Coeur y la torre Eiffel: inventario que anunciaba ya la concepción
mediática de los monumentos señal. Esta ideología de la tabula rasa, aplicada al
tratamiento de los centros históricos de los de los años cincuenta, no ha cesado de
prevalecer en Francia hasta la creación por André Malraux, de la ley sobre
"sectores salvaguardados" en 1962. Modificada después en su redacción y su
orientación, esta ley era, en su origen, una medida de urgencia inspirada por la figura
museal de la ciudad. Contestados en Europa, los CIAM siguieron su obra iconoclasta en los
países en vías de desarrollo y contribuyeron a la deconstrucción de algunas de las más
bellas medinas del Medio Oriente, como Damasco y Alepo. Su influencia se ha mantenido
fuerte en Extremo Oriente. Se le puede atribuir, en particular, la destrucción de una
parte del antiguo Singapur.
La figura historial
La tercera figura de la vieja ciudad puede ser definida como la
síntesis y la superación de las dos precedentes. Constituye el zócalo de toda
interrogación actual, no únicamente sobre el destino de los antiguos tejidos urbanos,
sino sobre la naturaleza misma de los organismos que se continúan llamando ciudades.
Esta figura apareció, bajo forma al mismo tiempo acabada y
anticipadora, en la obra teórica y en la práctica del italiano Gustavo Giovannoni
(1873-1947), que concedía simultáneamente valor de uso y valor museal a los antiguos
conjuntos urbanos, integrándolos en una concepción general de la ordenación
territorial. El cambio de escala impuesto al marco edificado por el desarrollo de la
técnica (
) tenía como corolario un nuevo modo de conservación de los viejos
conjuntos, para la historia, para el arte y para la vida presente. Este "patrimonio
urbano", que Giovannoni designa por primera vez bajo este término, adquiere su
sentido y su valor no tanto como objeto autónomo de una disciplina propia, sino como
elemento y parte de una doctrina original de la urbanización. La importancia de
Giovannoni fue largo tiempo ocultada a causa de pasiones políticas e ideológicas. Es
necesario devolverle su lugar legítimo en el tablero de la historia.
Desde le primer artículo de 1913 cuyo título retomará
"Vecchie città ed edilizia nuova" para su gran libro de 1931, Giovannoni adopta
una actitud prospectiva. Pondera el rol renovador de las nuevas técnicas de transporte y
de comunicación y prevé su perfeccionamiento creciente. La distancia de unos cuantos
decenios le permite pensar ya en términos de "redes" y de infraestructuras la
mutación de las escalas urbanas que habían sido el motivo de reflexión de
Viollet-le-Duc y de Sitte. El urbanismo deja de aplicarse a entidades urbanas
circunscritas en el espacio, para convertirse en territorial. Debe satisfacer la vocación
de moverse y de comunicarse por todos los medios que caracteriza la sociedad de la era
industrial, convertida en la era de la "comunicación generalizada". La ciudad
del presente, y todavía más la del futuro, estará en movimiento.
Ante estos "organismos cinéticos", Giovannoni pone con
lucidez la cuestión que esquivan y ocultan aún hoy tantos urbanistas, elegidos y
políticos: ¿el tiempo de la ciudad densa y centralizada no se ha acabado ya, y ésta no
desaparece en provecho de otro modo de agregación? ¿No es posible ya imaginar "el
fin del gran desarrollo urbano" y incluso una auténtica
"anti-urbanización?" (El término se transformará más tarde en
desurbanización). Casi por primera vez, percibe el estallido y desintegración de la
ciudad, en provecho de una urbanización generalizada y difusa. Con cincuenta años de
antelación, ve abrirse una nueva era que Melvin Webber denominará the post city age,
"la era de después de las ciudades". (
)
El "anti-urbanismo" toma pues la forma de una ordenación
dual, de (al menos) dos escalas, complementarias e igualmente fundamentales: según la
metáfora expresiva de Vecchie Città, de un lado "la sala de máquinas, el
movimiento febril, vertiginoso, ruidos", del otro, "los salones y los espacios
domésticos". De entrada Giovannoni sobrepasa el urbanismo unidimensional en el que
Le Corbusier se encerró sin haber comprendido que su "ville radieuse" era una
no-ciudad. Y escapa, también, a la modelización de los desurbanistas para los que, desde
Soria y Mata a Miliutin y a los soviéticos de los años 1930, los espacios de residencia
y de ocio mantienen una relación de subordinación y de inclusión, pero no de
complementariedad con referencia a las redes que consuman la supresión de la diferencia
entre la ciudad y el campo.
Para Giovannoni, la sociedad de comunicación multipolar, esta
sociedad que no es en esta época ni informatizada, ni mediática, ni "de ocio",
esta sociedad que no puede sin embargo funcionar solamente a escala territorial y
reticulada, pide pues la creación de unidades de vida cotidiana sin antecedentes. Los
centros, los barrios, los conjuntos de viejas manzanas pueden responder a esta función.
Bajo la forma de islas, de fragmentos, de núcleos, pueden reencontrar una actualidad que
les era negada por Viollet y por Sitte: su escala misma los hace aptos para responder a la
función de esta nueva entidad espacial. A condición de ser tratados convenientemente, es
decir a condición que no se implanten en ellos actividades incompatibles con su
morfología, estos tejidos urbanos ven su valor de uso incrementado por dos privilegios:
son, como los monumentos históricos, portadores de valores de arte y de historia y
además de valores pedagógicos e incitativos imaginados por Viollet-le-Duc y por Sitte,
verdaderos catalizadores para la invención de nuevas configuraciones espaciales. Juegan
también, en la edilizia nuova de Giovannoni, un rol que ni Viollet-le-Duc (
)
ni Sitte (
) podían reconocerles. Y es por esta razón que pudieron ser integrados
en una doctrina sofisticada de la conservación del patrimonio urbano.
La relación original que Giovannoni pensó entre ordenación del
territorio y patrimonio urbano se debe a dos particularidades del contexto italiano.
Aunque precursora, su visión "anti-urbanística" se inscribía en la tradición
lombarda, fundada en el siglo XVIII por Cattaneo, en la estela de la fisiocracia francesa;
desde aquella época, apoyándose a la vez sobre sobre razones demográficas y sobre la
solidez de la armadura urbana italiana, Cattaneo preconizaba el equilibrio de las
actividades urbanas y rurales, gracias a su estrecha asociación y al control del
crecimiento urbano en una concepción territorial de la economía.
Además una formación profesional, que luego contribuyó en
generalizar en Italia, fundando en 1920 la Scuola superiore d'archittetura de Roma,
abrió simultáneamente a Giovannoni los saberes demasiado a menudo disociados, de la
ciencia aplicada, del arte y de la historia. (
) Giovannoni no era únicamente un
arquitecto y un restaurador, discípulo y continuador de Boito, no era solamente
historiador del arte (
), era también como Boito ingeniero y, a diferencia de éste
último, urbanista.
Esta triple formación se lee en sus artículos que entre 1898 y
1947 dedicó simultáneamente a los tres campos de competencia. Esto explica también como
Giovannoni supo superar la concepción unidimensional de Viollet-le-Duc en provecho de una
concepción dual de la mutación impuesta al espacio urbano para la era industrial, y como
pudo extraer de los análisis morfológicos de Sitte una lección de conservación y no
dejo nunca de tratar la ciudad como un organismo estético.
"Una ciudad histórica constituye en sí misma un
monumento", pero es al mismo tiempo un tejido vivo: éste es el doble postulado que
permite la síntesis de las figuras sacral y museal de la conservación urbana, y sobre la
cual Giovannoni funda una doctrina de la conservación y de la restauración del
patrimonio urbano. Se puede resumir en tres grandes principios. De entrada, todo fragmento
urbano debe estar integrado en un plan de ordenación (piano regolatore) local, regional y
territorial que simboliza su relación con la vida presente. En este sentido su valor de
uso está legitimado a la vez técnicamente por un trabajo de articulación con las
grandes redes primarias de ordenación, y humanamente "por el mantenimiento del
carácter social de la población".
Luego, el concepto de monumento histórico no podría designar un
edifico singular independientemente del contexto construido en el que se inserta. La
naturaleza misma de la ciudad y de los conjuntos urbanos tradicionales, su ambiente
resulta de esta dialéctica de la "arquitectura mayor" y de su entorno. En
consecuencia, aislar un monumento significa la mayoría de las veces mutilarlo. El entorno
de un monumento mantiene con él una relación esencial.
En fin, cumplidas estas dos primeras condiciones, los viejos
conjuntos urbanos piden procedimientos de preservación y de restauración análogos a los
prescritos por Boito para los monumentos. Trasladados a las dimensiones del fragmento o
del núcleo urbano, tienen como objetivo esencial respetar la escala y la morfología,
preservar las relaciones originales que han mantenido parcelas y recorridos. "No
sabríamos excluir trabajos de recomposición, de reintegración, de despejado". Se
admite pues un margen de intervención que limita el respeto del ambiente, este
espíritu (histórico) de los lugares, materializado en las configuraciones espaciales. Se
convierten así en lícitas, recomendables o incluso necesarias, la reconstitución, a
condición de no ser engañosa, y sobre todo ciertas destrucciones. Giovannoni utiliza la
bella metáfora del diradamento, que evoca el "aclaramiento" de un bosque
o de un vivero demasiado densos, para designar la operación de eliminado de todas las
construcciones parásitas, adventicias, redundantes: "La rehabilitación de los
barrios antiguos se obtiene más en el interior de las manzanas que en el exterior, en
particular reestableciendo casas y manzanos en las condiciones lo más próximas posible a
las originales, pues la residencia tiene su orden, su lógica, su higiene y su dignidad
propias".
Pero Giovannoni no era solamente un teórico. Sus ideas eran la
razón de ser de una práctica. A pesar, de su influencia decisiva en la Carta italiana
del restauro (1931), no dejaron de encontrar una fuerte resistencia debida tanto a su
carácter precursor, como su falta de sintonía con la ideología de un régimen ávido de
grandes obras espectaculares. Es por esta razón que debe colocarse en el activo de
Giovannoni su obra de oponente, el balance de todas las destrucciones que consiguió
evitar en toda de Italia. Y, si jugó un papel importante en las demoliciones para la
puesta en valor de la antigua Roma y de sus foros imperiales, fue preparando y organizando
con minuciosidad las fases y el detalle de la operación, y haciendo ejecutar un
levantamiento completo del barrio medieval sacrificado a causa de esta resurrección
arqueológica.
En cuanto a su obra positiva, más allá de los numerosos planes
reguladores que en general no fueron aplicados, puede simbolizarse por la rehabilitación,
acabada en 1936, de una ilustre pequeña ciudad de la Italia del Norte. Bergamo
alta.(
)
Prácticamente en solitario entre los teóricos del urbanismo del
siglo XX, Giovannoni situó en el centro de sus preocupaciones la dimensión estética de
los establecimientos humanos. A escala de las redes de ordenación (
) desarrolló
con optimismo las premisas planteadas por Viollet-le-Duc. En cambio, a escala de los
barrios, supo articular la propedeútica del olvido con una concepción crítica y
condicional de la preservación de los conjuntos urbanos en la dinámica de desarrollo.
Este patrimonio es dotado de un doble estatuto, del que Giovannoni
descubrió la antinomia (la del arte y la razón) presente en Viollet-le-Duc y en Sitte, y
es reconocido en su doble función que ni Sitte ni Viollet le habían atribuido. Es más,
este patrimonio urbano, soporte fragmentado y fragmentario de una dialéctica de la
historia y de la historicidad, es tratado de acuerdo con los planteamientos complejos de
Riegl y de Boito, para los cuales cada objeto patrimonial es un campo de fuerzas opuestas
en el que es preciso crear un estado de equilibrio, singular en cada caso. Y, en la
gestión de esta dinámica conflictiva, Giovannoni reconoce y confiere a los viejos
tejidos el valor actual y social que Ruskin y Morris les habían atribuido, sin llegar a
instalarse en la historicidad: el habitante y su habitar son instalados en el punto focal
que irradia la perspectiva de Vecchie Città ed Edilizia nouva.
La teoría de Giovannoni anticipa, con mayor flexibilidad y
complejidad, las diversas políticas de "sectores protegidos" puestas a punto y
aplicadas en Europa después de 1960. Contiene también en germen las paradojas y las
dificultades.