Centros para la vida de la comunidad

J. L. Sert (1951)

 

"Porque, en efecto, la definición más certera de lo que es la urbe y la polis se parece mucho a la que cómicamente se da del cañón: toma usted un agujero, lo rodea de alambre muy apretado, y eso es un cañón. Pues lo mismo, la urbe o polis comienza por ser un hueco: el foro, el ágora; y todo lo demás es pretexto para asegurar este hueco, para delimitar su contorno. La polis no es primordialmente un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un espacio acotado para funciones públicas. La urbe no está hecha como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública. Nótese que esto significa nada menos que la invención de una nuevas clase de espacio, mucho más nueva que el espacio de Einstein. Hasta entonces sólo existía un espacio: el campo, y en él se vivía con todas las consecuencias que esto trae para el ser del hombre. El hombre campesino es todavía un vegetal. Su existencia, cuando piensa, siente y quiere, conserva la modorra inconsciente en que vive la planta. Las grandes civilizaciones asiáticas y africanas fueron en este sentido grandes vegetaciones antropomorfas. Pero el grecorromano decide separarse del campo, de la "naturaleza", del cosmos geobotánico. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede el hombre retraerse del campo? ¿Dónde irá, si el campo es toda la tierra, si es lo ilimitado? Muy sencillo: limitando un trozo de campo mediante unos muros que opongan el espacio incluso y finito al espacio amorfo y sin fin. He aquí la plaza. No es, como la casa, un "interior", cerrado por arriba, igual que las cuevas que existen en el campo, sino que es pura y simplemente la negación del campo. La plaza, merced a los muros que la acotan, es un espacio de campo que se vuelve de espaldas al resto, que prescinde del resto y se opone a él. Este campo menor y rebelde, que practica secesión del campo infinito y se reserva a sí mismo frente a él, es campo abolido y, por tanto, un espacio sui generis, novísimo, en que el hombre se liberta de toda comunidad con la planta y el animal, deja a éstos fuera y crea un ámbito aparte puramente humano. Es el espacio civil".(1)

Después del Congreso de Frankfurt de 1929, el CIAM reconoció que el estudio de los problemas de la arquitectura moderna estaba ligado al de los de la urbanística y que no era posible trazar una línea clara de separación entre unos y otros. Desde entonces, en todas sus reuniones, los Congresos Internacionales se han ocupado, tanto de la arquitectura, como de la urbanística. Nuestros estudios sobre la vivienda nos han llevado a considerar el aprovechamiento del terreno, los servicios comunes y la circulación (Congreso de Bruselas de 1931), y, como consecuencia natural, al análisis de la ciudad en su conjunto. La Carta de la Urbanística fue formulada en Atenas, en 1933, como resultado de este análisis. La labor del CIAM ha consistido desde entonces en desarrollar y aplicar los principios formulados en aquel documento.

El estudio de nuevas zonas residenciales en las que viviendas, servicios comunes y lugares de esparcimiento fueran integrados en un solo proyecto, constituyó el tema del Congreso de París de 1937. Vino luego la segunda Guerra Mundial y cuando, en 1947, los miembros y grupos del CIAM pudieron reunirse de nuevo en Bridgwater, el Congreso hubo de reconocer que la arquitectura y la urbanística estaban más que nunca ligadas entre sí, al encontrarse muchos arquitectos enfrentados con los problemas de la reconstrucción y del desarrollo de nuevas regiones que exigían la creación de nuevas comunidades urbanas.

El final de la guerra encontró a los arquitectos del CIAM realizando importantes trabajos de reconstrucción. Muchos grupos jóvenes estaban siguiendo las directrices del CIAM en países lejanos y el Congreso había, dejado de ser una organización exclusivamente oriental y centroeuropea, ya que muchos de sus miembros, viejos y jóvenes, se hallaban ahora dispersos en distintos continentes. Ello impulsó al CIAM a ampliar su campo de acción y sus trabajos. Muchos de los problemas tratados por el CIAM en los años anteriores a la guerra eran más europeos que universales; se referían a países con un nivel de vida relativamente alto, a regiones superpobladas y a viejas ciudades con más pasado que porvenir; no se había tenido en cuenta que los cuatro quintos de la población mundial carecían de estos problemas.

Además, con los cambios revolucionarios de estos últimos años, han surgido una serie de nuevos países, y vastas regiones hasta ahora atrasadas han sido enlazadas mediante nuevos medios de comunicación con las partes más avanzadas del mundo. Hay un despertar general de los pueblos en Asia, América del Sur, Africa, etc., y, simultáneamente, se están desarrollando rápidamente nuevos medios de producción. Estos hechos ejercen una enorme influencia en el campo de la urbanística regional y ciudadana, así como en el de 1a arquitectura. De otra parte, por doquier viene reconociéndose cada vez más la necesidad de integrar y coordinar todas las actividades urbanísticas, a fin de evitar y detener el caótico crecimiento de las ciudades.

Los recientes cambios en la política, en las ciencias y en las técnicas hacen imprevisible el futuro pero, como urbanistas y arquitectos, debemos enfrentarnos con la realidad concreta de la vida y tratar de hacer todo lo que podamos con los mutables medios que tenemos a mano. Debemos trabajar para el mundo en que vivimos, con todos sus defectos, dudas y limitaciones, pero ello no debe impedirnos que imaginemos un mundo mejor y que procuremos orientar hacia él nuestra labor. Los planes que proyectemos deben ser flexibles y que faciliten cualquier cambio futuro para mejorar, a fin de que las ciudades de hoy puedan convertirse normalmente en las de mañana.

 

Necesidad de un Centro Cívico.

El estudio del Corazón de la ciudad, y, en general, el de los centros de vida común, se nos presenta actualmente tempestivo y necesario. Nuestras investigaciones analíticas demuestran que las zonas centrales de las ciudades son caducas y estériles, así como que lo que un día constituyó el Corazón, el núcleo de las viejas ciudades, se halla hoy desintegrado. Con la expansión sin precedentes de la periferia en los últimos cien años (consecuencia natural de los nuevos medios de transporte, del crecimiento industrial y de la especulación en terrenos), los suburbios han llegado a ser mayores que la propia ciudad, y en algunas naciones la masa de la población se ha convertido en "suburbana".

Muchos urbanistas se han dejado llevar por esta tendencia general, dedicando todos sus estudios a las zonas suburbanas, con lo que la descentralización ha venido a ser una palabra mágica, una especie de panacea universal.

La ciudad jardín es el tópico favorito, y los sucesores de los que edificaron los rascacielos se avergüenzan de la obra de sus predecesores e ignoran los verdaderos problemas de la ciudad. Mientras tanto, la ciudad se disgrega y pasa a ser tan sólo un lugar para trabajar y para sufrir... un lugar al que es forzoso ir, pero que desea abandonarse lo antes posible.

Al propio tiempo, que la vida ha ido abandonando los antiguos centros, las zonas de negocios y comercio han ido desarrollándose espontáneamente a lo largo de las nuevas arterias y calles principales. Pero estas calles quedan bien pronto congestionadas y decaen a su vez a medida que las alcanza esa especie de infección que se esparce desde el centro de la ciudad. Este proceso, de continua y, desenfrenada, descentralización; y la consiguiente especulación con los terrenos, constituye una verdadera amenaza para nuestras ciudades y para la estabilidad de sus valores tradicionales, favoreciendo tan sólo los intereses de unos pocos frente a los de los ciudadanos en general. Este camino sólo conduce a la bancarrota municipal, y, debe ser atajado. Para acabar con este desordenado proceso de descentralización es preciso crear una corriente contraria, es decir, lo que pudiéramos llamar un proceso de recentralización.

Este plan exige la creación de nuevos centros comunes, de nuevos Corazones que vengan a sustituir los que fueron destruidos por aquel crecimiento desordenado.

Este libro se propone estudiar las características que deban reunir esos nuevos centros. Hasta ahora no habían sido nunca precisadas, y como entendemos que su definición es necesaria es por ello que hemos escogido como tema para el Octavo Congreso del CIAM el Corazón, de la ciudad. Otra de las razones que nos han inducido a esta elección ha sido la de que, después de la guerra, la mayoría de nuestros miembros y grupos en particular, y los arquitectos y urbanistas en general, han tenido que enfrentarse con la planificación de zonas centrales en ciudades bombardeadas, y bien pronto han caído en la cuenta de que estas zonas requieren un tratamiento especial, del que nunca se había ocupado hasta ahora los estudios urbanísticos.

La planificación de estos centros de vida común constituye fundamentalmente un problema social en el que el proyecto arquitectónico y el urbanístico están estrechamente ligados. Estos Congresos Internacionales han estudiado desde 1930, aproximadamente, la integración de la urbanística con la arquitectura, por cuya razón se hallan singularmente bien preparados para sugerir programas y soluciones definitivas para los nuevos Corazones de las ciudades. Evidentemente no se trata de un asunto fácil, y necesita no tan sólo definición, sino también un cuidadoso análisis y clarificación de conceptos: ésta ha sido la labor que se ha propuesto realizar el Octavo Congreso.

Nuestros Congresos han tenido en cuenta un punto de vista mucho más humano de la urbanística moderna que cualesquiera otros cuerpos técnicos. Hemos visto en las revistas de divulgación científica demasiadas descripciones de la vida en las ciudades del mañana, en las que la radio y la televisión en cada hogar, y el helicóptero en cada patio, harían de la dispersión un medio ideal de vida. La radio, el cine, la televisión y la información impresa están absorbiendo hoy todo el campo de comunicación entre los hombres. Cuando estos elementos están controlados por unos pocos, la influencia de estos pocos sobre los muchos puede convertirse en una amenaza para nuestra libertad. Las condiciones actuales de nuestras ciudades tienden a agravar esta situación, porque la ampliación excesiva la congestión del tráfico y la dispersión han separado al hombre del hombre, estableciendo barreras artificiales.

Sin dejar de reconocer las enormes ventajas y posibilidades de estos nuevos medios de telecomunicación, seguimos creyendo que los lugares de reunión pública, tales como plazas, paseos, cafés, casinos populares, etc., donde la gente pueda encontrarse libremente, estrecharse la mano y elegir el tema de conversación que sea de su agrado, no son cosas del pasado, y que, debidamente adaptadas a las exigencias de hoy, deben tener un lugar en nuestras ciudades.

En el pasado, muchas ciudades tenían formas y estructuras definidas, y estaban construidas en torno a un núcleo central que, a menudo, era el factor determinante de aquellas formas. Eran las ciudades las que hacían los núcleos, pero éstos a su vez hacían de la ciudad una verdadera ciudad, "y no simplemente un agregado de individuos. Elemento esencial de todo verdadero organismo es su centro o núcleo, que aquí llamamos el Corazón".

"Porque una comunidad de personas es un organismo, y un organismo consciente de su propia personalidad. No sólo los miembros dependen unos de otros, sino que cada uno de ellos conoce su dependencia. Este conocimiento, o sentido de la comunidad, viene expresado con diversa intensidad según el distinto nivel que la comunidad ocupa en el ordenamiento social. Es muy fuerte, por ejemplo, en el nivel más bajo, el de la familia; y resurge nuevamente, con gran intensidad, en cinco distintos grados superiores: en el poblado o la agrupación primaria de casas, en la aldea con mercado o el barrio residencial, en la localidad importante o el distrito ciudadano, en la ciudad misma, y en la metrópoli o ciudad múltiple. En cada uno de estos grados se hace precisa la creación de un especial ambiente físico en el que pueda manifestarse de un modo concreto el sentido de la comunidad. Éste es el corazón físico de la comunidad, su centro, Su núcleo". (2)

Si queremos dar a nuestras ciudades una forma definida, debemos clasificarlas y subdividirlas en sectores, estableciendo centros o núcleos para cada uno de ellos. Estos núcleos actuarán de elementos catalizadores y alrededor de los mismos se desenvolverá la vida de la comunidad. En ellos se agruparán los edificios públicos de distintas clases, siguiendo una línea armónica de forma y espacio; serán los puntos de reunión de la gente, los centros de vida común en los que los peatones gozarán de preferencia sobre los intereses del tráfico y de los negocios. Sus dimensiones vendrán dictadas por las actividades que hayan de desarrollarse en ellos, pero los factores principales que determinarán su forma definitiva serán: unas distancias tales que puedan fácilmente ser recorridas a pie; una fisonomía arquitectónica que resulte agradable a la vista; y, en general, todo aquello que contribuya a que la gente se encuentre bien allí. Serán todo lo contrario de lo que es hoy "la calle mayor", en la que los intereses comerciales tienen la primacía.

La función social de los nuevos centros o núcleos es fundamentalmente la de unir a la gente y facilitar los contactos directos y el intercambio de ideas que estimulen la libre discusión.

Hoy día, en nuestras ciudades, la gente se reúne en las fábricas y en las calles llenas de tránsito, en condiciones muy poco favorables para un amplio cambio de ideas. Los centros de reunión de la comunidad, debidamente organizados, pueden llegar a constituir un marco donde pueda desarrollarse una nueva vida social y un sano espíritu cívico. Las más diversas actividades humanas, espontáneas u organizadas, encontrarán su lugar adecuado en tales centros comunes, los ciudadanos tendrán ocasión de conocer otras gentes, ya que aquellos lugares de reunión estarán también abiertos a los extranjeros, los cuales podrán congregarse allí para ver y disfrutar lo mejor que la comunidad pueda ofrecerles en materia de diversiones, espectáculos, información cultural y demás oportunidades generales de reunión. Estos extranjeros podrán así descubrir nuevos valores humanos entre los ciudadanos y tendrán ocasión de mantener contactos sociales de los que hoy carecen. Los planos de estos nuevos centros y la forma y estructura de sus edificios deberán tener en cuenta esta función social.

No estamos hablando de cosas que sean completamente nuevas, ya que tales centros existieron otrora en nuestras ciudades, y fue en ellos donde se moldeó nuestra civilización. La libertad de pensamiento no se fraguó en las regiones rurales, ni tampoco es producto de la prensa, la radio o la televisión; debe mucho más a la mesa del café que a la escuela y, aunque en su formación colaborasen otros factores, fue difundida principalmente por medio de la palabra y tuvo su origen en los lugares donde la gente tenía posibilidad de encontrarse y de cambiar impresiones.

A través de los siglos, las personas han venido congregándose en los parques públicos, en los mercados, en los paseos y en las plazas. Modernamente, las estaciones de ferrocarril, las paradas de autobús e incluso los aeródromos, se han convertido también en lugares de reunión. La gente va allí para ver y ser vista, para encontrarse con amigos y enamorados, para adquirir nuevas relaciones, para discutir de política y de deportes, para hablar de sus vidas, amores y aventuras, o para comentar las de los demás...

Tales centros de reunión, aunque inadecuados, existen en las grandes ciudades. Ejemplos conocidos son: Trafalgar Square, Picadilly Circus y Marble Arch en Londres, los cafés en los bulevares de París, las Galerías Vittorio Emanuele en Milán, la Canebiére en Marsella, la Plaza Colonna en Roma, Times Square en Nueva York, las Ramblas en Barcelona, la Avenida de Mayo en Buenos Aires, todas las "plazas de Armas", de las ciudades de Hispanoamérica, etc. Estos lugares se mantienen animados y activos gracias a la gente, quien los sigue utilizando en ocasiones especiales, y son la prueba de que en toda comunidad, grande o pequeña, existe la necesidad de reunirse.

Los siguientes cinco grados en la escala del Corazón fueron elegidos para ser analizados en el Octavo Congreso del CIAM:

1. El poblado rural o la agrupación primaria de casas (urbano), que representan la mínima unidad social satisfactoria.

2. La aldea con mercado (rural) o el barrio residencial (urbano), en los que los habitantes se conocen todavía unos a otros y que pueden socialmente bastarse a sí mismos.

3. La localidad importante (rural) o el distrito ciudadano (urbano), en los que ya existe sin cierto grado de anonimato y que pueden económicamente bastarse a sí mismos.

4. La ciudad, que comprende varios distritos.

5. La metrópoli o importante centro internacional de varios millones de habitantes.

No debemos olvidar que actualmente contamos con medios revolucionarios para enriquecer estos nuevos Corazones. Las películas, los altavoces y las pantallas de televisión han irrumpido en las plazas públicas, en los cafés y en los demás lugares de reunión. Es mucho lo que puede hacerse para popularizar estos nuevos medios de información que, puestos al servicio de la educación popular, podrían dar inconmensurables y fecundos resultados.

La educación visual en tales lugares ilustraría a la gente sin esfuerzo por su parte; las demostraciones de nuevos artificios estimularían aptitudes de trabajo todavía ignoradas; la exhibición de nuevas máquinas suscitaría el interés hacia nuevas actividades. La música y las obras literarias retransmitidas por radio pondrían a sus autores en contacto directo con el público. Las obras pictóricas y plásticas podrían formar parte de una exposición permanente siguiendo un sistema de rotación, e incluso podrían utilizarse las pantallas de televisión, que tienen todo un mundo nuevo que descubrir y mostrar. Los inventores y artistas de nuestro tiempo, podrían de este modo participar de la vida de la comunidad en esos lugares de reunión cotidiana de los ciudadanos, y ayudarían a poner en contacto los países más remotos (las imágenes visuales no tienen barreras como el lenguaje), saltando cordilleras y océanos que dejarían de ser obstáculos infranqueables. Estos centros de comunidad ya no serían, pues, sólo lugares de reunión para la población local, sino también anfiteatros desde donde podrían contemplar el mundo entero.

 

La labor del arquitecto-urbarnista.

El arquitecto-urbanista puede solamente ayudar a construir el marco o cercado en el que pueda desenvolverse esta vida comunal. Estamos convencidos de lo necesaria que es la comunicación directa entre los miembros de la comunidad para dar forma concreta a la cultura cívica, actualmente obstaculizada por las caóticas condiciones de vida de nuestras ciudades. Sin embargo, el carácter y condiciones de esta vida cívica consciente no dependen exclusivamente de la existencia de un marco favorable, sino que están ligadas a la estructura política, social y, económica de cada comunidad. Si esta estructura política, social y económica es de tal naturaleza que permita un libre y democrático intercambio de ideas (fundamento del gobierno de la mayoría), nuestros centros cívicos servirán para consolidar este gobierno democrático; mientras que la carencia de tales centros y el hecho de que los ciudadanos deban depender de fuentes de información controladas, les hace más fácilmente gobernables por la voluntad de unos pocos.

La creación de estos centros es tarea del gobierno (federal, estatal municipal). Su existencia no puede dejarse al arbitrio de la especulación privada, porque son fundamentalmente necesarios a la ciudad e incluso a la nación; por consiguiente, deben ser financiados con fondos públicos.

Lo primero que se hace al proyectar la planificación de una ciudad, es subdividir el terreno en varias zonas según el destino que piensa dársele, quedando así determinados diversos sectores -industrial, comercial, residencial, etc.-, de suerte que la estructura general resultante sea orgánica, completamente opuesta a la estructura informe que tienen actualmente. Cada uno de estos sectores o partes de la ciudad necesita su propio centro o núcleo. El sistema, en su conjunto, resultará una red o constelación de centros de la comunidad, clasificados de menor a mayor; un centro principal será la expresión de la ciudad o de la metrópoli en su conjunto: éste será el Corazón de la ciudad.

Uno de los primeros requisitos que han de reunir estos centros de vida de la comunidad es la separación entre peatones y automóviles. Los medios motorizados de transporte deben alcanzar diversos puntos del perímetro de estas zonas y encontrar allí los oportunos lugares de aparcamiento, pero el terreno interior de estos perímetros debe ser destinado exclusivamente a los peatones y estar protegidos adecuadamente contra los ruidos y las emanaciones de los motores. En estos centros deben encontrarse árboles, plantas, agua, sol y sombra, y todos los elementos naturales agradables al hombre; y estos elementos de la naturaleza deben armonizar con los edificios y con sus formas arquitectónicas, sus valores plásticos y sus colores. El paisaje debe jugar su importantísimo papel. El conjunto debe ser organizado de modo que resulte agradable al hombre y estimule lo más noble de su naturaleza, Todos los elementos que los centros comerciales y de los negocios han desterrado de la ciudad en su despiadada carrera especulativa, deben ser reintegrados a estos centros de la comunidad. En ellos sólo es posible la armonía cuando todas las partes están sujetas al conjunto, y fuerza es reconocer que nadie se beneficia realmente del individualismo llevado al extremo. En nuestras ciudades de hoy, las zonas comerciales son la expresión de la general tendencia individualista imperante, reflejándose en el aspecto externo de los establecimientos la competencia existente entre los mismos, por lo que no es posible encontrar una solución arquitectónica de conjunto a menos que puedan imponerse ciertas reglas iguales para todos. Si en el Corazón de la ciudad ha de existir la libre competencia, ésta habrá de quedar sujeta a una estructura arquitectónica unificada.

En los centros de la comunidad, los peatones deberán ser protegidos de las temperaturas extremas. Es curioso observar como las ciudades modernas han ignorado este importante factor. La calles cubiertas, los pórticos, los patios, etc -todos ellos elementos muy frecuentes en la ciudades del pasado-, han desaparecido de nuestros pueblos y ciudades, donde no parece sino que todo el mundo deba utilizar el automóvil o el autobús para el menor desplazamiento. No obstante, resulta esperanzador el hecho de que en algunos centros comerciales construido últimamente en los Estados Unidos se haya dado algún paso en la correcta dirección: se ha cuidado de proteger la circulación pedestre del tráfico y la lluvia, y se ha procurado, alegrar con planta y flores las zonas de comercios abiertos al público.

Se hace difícil ofrecer programas generales para tales centros, ya que éstos variarán mucho en dimensiones e importancia según hayan de pertenecer a una aldea o a un distrito urbano, a una ciudad o a una metrópoli. Además, el clima, las costumbres del pueblo, su nivel de vida y los medios económicos disponibles influirán y ayudarán en cada caso a definir y dar forma a esos diferentes tipos de Corazón. Sin embargo, en general, podemos afirmar que todos estos centros de la comunidad tendrán espacios abiertos para el público, tales como plazas y paseo. La tendencia general irá encaminada a la resurrección de las plazas públicas y a la creación de zonas destinadas a los peatones. Los bulevares y las calles con aceras, comunes para tráfico motorizado y los peatones, tan características de nuestras actuales ciudades, resultan inadecuadas. Las calles para el tráfico deben ser destinadas exclusivamente a este fin. Los planos de los centros comunales deben expresar claramente esta separación entre la circulación pedestre y la automovilística; esto implica dos proporciones diferentes, como podrán verse en los planos que ilustran la segunda parte de este libro.

La diferencia de proporción quedará también expresada en la distinta altura de los edificios. Muchos de ellos serán de dos o tres plantas, con escaleras, y cubrirán grandes extensiones de terreno. Estos edificios bajos contarán con aquellos elementos que más puedan interesar a los peatones en sus paseos cotidianos. Existirán también edificios altos, que serán expresión del uso del ascensor. Todas las alturas intermedias podrán fácilmente omitirse. Este contraste entre lo alto y lo bajo, entre las torres erguidas y los patios, entre los espacios abiertos y los cerrados, darán variedad y animación a los Corazones. Las relaciones de espacio y forma entre esos grupos de edificios y los espacios abiertos para el uso público, constituyen un tema sumamente interesante para el urbanista moderno. Estas formas podrán ser la expresión de nuestra cultura, de nuestros conocimientos técnicos y, por encima de todo, de un nuevo sistema de vida. Edificios administrativos, museos, bibliotecas públicas, teatros, salas de concierto, centros de recreo, áreas destinadas al comercio y al deporte, parques, paseos y plazas, centros turísticos, hoteles, salas de exposición y de conferencias, etc., son elementos que deben formar parte de estos centros de la tranquilidad.

Los ejemplos de diversos tipos de Corazón que ofrecernos en este libro, pueden servir para aclarar los conceptos que hemos dejado expuestos. De entre los muchos proyectos presentados al Octavo Congreso por los Grupos del CIAM, hemos seleccionado los más adecuados para ilustrar los diversos tipos de núcleo. La presentación de dichos proyectos fue unificada, adaptándola al sistema de retícula ideado por el Grupo ASCORAL y modificado por el Grupo MARS para esta especial finalidad.

 

La Arquitectura, la Pintura y la Escultura en el Corazón.

Al CIAM no le interesa solamente el estudio del Corazón como elemento urbanístico, sino que también considera importante esta labor de exploración porque abre un nuevo campo a la arquitectura moderna. Los aspectos funcionales de la arquitectura contemporánea son hoy ya apreciados por gran número de personas, y ha venido a ser generalmente aceptada para toda clase de edificios de carácter utilitario, tales como viviendas de renta reducida, hospitales, escuelas, fábricas, etc. Pero estas mismas personas no llegan a concebir las posibilidades de la arquitectura moderna aplicada a grupos de edificios públicos, debido a que no hay ejemplos de ello. De otra parte, la mayoría de los arquitectos modernos se han dado perfecta cuenta de que ya ha acabado la época (iniciada alrededor de 1920) de la arquitectura racional, cuya preocupación era la de limpiar de antiguallas las casas y expresar la función práctica. Hoy se tiende decididamente hacia una mayor libertad plástica, hacia un vocabulario arquitectónico más completo. Por muy maravillosa que pueda ser la pura estructura, ¿debemos olvidar que al esqueleto pueden añadírsele carne y piel? La necesidad de lo superfluo es tan vieja como la humanidad. Ya es hora de reconocer abiertamente este hecho y poner fin a aquellas actitudes engañosas que tratan de encontrar una justificación funcional a elementos que son francamente superfluos si se juzgan por las rígidas normas arquitectónicas de hace tres décadas.

No queremos decir con esto que los edificios no deban ser funcionales; deben serlo, como siempre lo hemos afirmado. Las funciones no deben ser en modo alguno obstaculizadas por aquellos elementos que puedan ser añadidos en miras a una mayor expresión arquitectónica, a una mayor riqueza plástica o a una mayor calidad escultórica. Tampoco estos elementos que ayudan a dar expresión a la construcción deben pedir nada prestado a los estilos del pasado. Los mejores pintores y escultores de nuestro tiempo han encontrado, nuevos medios de expresión, mostrándonos así el camino hacia una arquitectura más completa, en la que el color, la textura y los valores escultóricos pueden jugar un importantísimo papel. La arquitectura moderna se ha mantenido demasiado divorciada de sus artes hermanas en estos últimos años, siendo así que en su origen les debe gran parte de su inspiración.

Son muchos los arquitectos modernos que experimentan la necesidad de una estrecha colaboración con pintores y escultores, al igual que ocurrió en los pasados períodos de grandeza de la arquitectura. Un nuevo acercamiento entre las artes plásticas enriquecerá el lenguaje arquitectónico, y esta colaboración ayudará a la propia arquitectura a desarrollar mayores valores plásticos, mayor calidad escultórica.

Al estudiar los problemas relativos a la planificación y replanificación de ciudades, se hace evidente que la ordenación de los grupos de edificios públicos y de los espacios abiertos con ellos relacionados requiere esta colaboración de las artes para alcanzar una más lograda expresión plástica. Al idear los centros de vida común de una ciudad, el arquitecto-urbanista se enfrenta con un proyecto cívico que asocia la urbanística a la arquitectura. La vida comunal dará forma a los Corazones de la aldea, del distrito o sector de la ciudad, de la ciudad misma. La historia nos demuestra que es precisamente en estos lugares de pública reunión -el ágora, el foro, la plaza de la catedral- donde se ha alcanzado la más feliz integración de las artes.

Nuevamente hemos de insistir aquí en que lo dicho no implica que esta reunión de las artes haya de copiar ejemplos antiguos. Actualmente contamos con medios completamente desconocidos en el pasado. La iluminación y los elementos móviles pueden hoy tener una gran importancia. Los centros de la comunidad podrán experimentar una continua transformación. Muchos de nuestros mejores artistas siguen todavía influidos por la idea de perdurabilidad (pinturas murales, escultura monumental); pero la publicidad comercial ha desarrollado nuevas técnicas que podrían dar obras magníficas si fueran utilizadas con fines no comerciales por nuestros más originales artistas. El interés visual en nuestras ciudades está hoy acaparado por la publicidad comercial y es ésta la que se halla más en contacto con la gente. Las obras de los grandes genios del arte moderno no se muestran en los lugares de congregación pública y sólo son conocidas por una minoría selecta. Nuestros mejores artistas viven apartados del público; sus obras van del estudio a las casas de ricos coleccionistas particulares o a las gélidas salas de los museos. Allí son catalogadas y pasan a la historia; se unen al pasado antes de encontrarse con el presente. Este curso, contrario a la misma naturaleza de la obra artística, no conduce a ninguna parte. La pintura y la escultura deben ser llevadas a los centros vitales de nuestra comunidad, al Corazón de la ciudad, para que susciten el interés visual de la gente, para que disfruten de ellas, para su educación, para que sean sometidas a su juicio.

La urbanística, la arquitectura, la pintura y la escultura pueden ser combinadas de muy diversos modos, pero todos ellos caben dentro de tres categorías principales: la integral, la aplicada y la conexa. El aplicar una u otra en cada caso dependerá en gran manera del carácter y función de los edificios, así como de los propios artistas y de la naturaleza de sus obras.

La colaboración integral se halla ligada a la concepción del edificio, actuando a menudo el mismo arquitecto como escultor y pintor, o bien en estrecha colaboración con aquellos artistas. Los trabajos de todos ellos no pueden ser separados y la colaboración ha de ser llevada adelante, como labor de conjunto, desde el principio hasta el fin. Ejemplos de este tipo, en el que los edificios en su conjunto son una unidad escultórico-arquitectónica, los hallamos en ciertos templos de la India, en algunas catedrales góticas y románicas, en algunas obras de Miguel Angel, Borromini, Bernini, Churriguera y Gaudí. En estas obras es difícil trazar una línea de separación entre arquitectura y escultura. (3)

En el caso, más frecuente, de colaboración aplicada, primeramente es concebido al edificio. Su expresión será intensificada por la cooperación del pintor y del escultor, pero el carácter de la obra de éstos y el espacio que les sea destinado son generalmente determinados por el arquitecto. El escultor o el pintor sólo participan del trabajo en una parte del edificio; pero para la mejor consonancia de su labor con la del arquitecto, cada uno de ellos debe familiarizarse con la del otro y congeniar con ella. En la mayor parte de los casos en que esta combinación ha dado buenos resultados, el éxito ha sido debido a la íntima comprensión o a la amistad entre arquitecto, pintor y, escultor.

Finalmente, la arquitectura, la pintura y la escultura pueden estar simplemente relacionadas entre sí, manteniéndose separadas las respectivas obras. Los mejores ejemplos de este tipo pertenecen al campo de la urbanística. Nos referimos a los grupos de construcciones -generalmente edificios públicos- en los que se ha establecido una cierta relación entre el espacio abierto y el edificado. La escultura y la pintura pueden, con su intervención, enriquecer estos grupos; y, como resultado de una relación de valores, el conjunto aparece más grandioso que las partes separadas, del propio modo que ocurre en una orquesta donde cada instrumento interpreta su parte, pero es el efecto de conjunto lo que cuenta. Los grandes ejemplos son bien conocidos, destacando entre ellos la Acrópolis de Atenas, donde incluso el paisaje forma parte del conjunto y se halla incorporado, al igual que las esculturas sueltas, a los edificios y a su relación espacial. En un sentido distinto, pero al propio tiempo similar, se encuentran los ejemplos de Pisa, Florencia, Venecia, Versalles, etc. ¿Por qué no podría nuestro mundo moderno tener ejemplos establecidos parecidos? Una vez hayan sido establecidos los Corazones de nuestras modernas comunidades, tendremos a mano el lugar físico para realizar estos experimentos, y los medios con que contamos para ello son harto superiores a los del pasado. Una gran sinfonía no es tarea fácil..., nunca lo ha sido.

Este libro constituye el primer intento para estudiar a fondo el proyecto de los Corazones de nuestras ciudades, y ofrece una serie de ideas nuevas y opiniones de renombrados arquitectos, urbanistas y artistas de muy diversos países. También presenta, de un modo uniformado, algunos ejemplos de los trabajos realizados sobre el tema del Corazón por diversos grupos del CIAM, y concluye con unos extractos de las resoluciones del Octavo Congreso del CIAM, ninguna de las cuales pretende ser definitiva, ya que esta difícil materia requerirá ulterior investigación y estudio.

 

Notas

  1. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Libro IV

2 Del Programa del Grupo MARS para el VIII Congreso del CIAM.

3. Véase S. Giedión, Espacio, tiempo y Arquitectura, Ed. Científico-Médica, Barcelona, 1961, sobre Borromini.