Construcción de ciudades según principios artísticos (1889)
Camilo Sitte
Gustavo Gili, Barcelona, 1980
Capítulo X
De las limitaciones que la vida moderna impone al arte en el trazado de ciudades
Muchos son los motivos artísticos a los que debe renunciarse en el urbanismo moderno, pero apesar de tan dolorosa confesión, no debe ni puede el artista dejarse llevar del sentimentalismo, pues el buen éxito de las disposiciones artísticas no perdura si no responde a las necesidades del momento.
En nuestra vida pública muchas cosas se han modificado irrevocablemente, lo que quita su significación a gran número de formas antiguas; ello es irremediable. Ahora todos los asuntos públicos se tratan en la prensa, y no por medio de lecturas y pregones en termas, y columnatas, como en Roma o Grecia. No puede evitarse que el tráfico de la plaza-mercado se reduzca cada vez mas, ya por encerrarlo en edificios sin arte, ya merced al reparto a domicilio. Tampoco el que las fuentes públicas no tengan mas valor que el artístico, al alejarse de ellas la masa pintoresca del pueblo, pues las modernas distribuciones de agua la conducen directamente a la casa. Las obras de arte desertan cada vez mas de calles y plazas, recluyéndose en esas jaulas llamadas museos; de igual modo desaparece de los mercados la pintoresca animación de las fiestas populares, cabalgatas, procesiones, farsas teatrales. La vida popular se retira hace siglos -y sobre todo en los tiempos mas recientes- de las plazas públicas, con lo que estas pierden gran parte de su carácter, siendo casi comprensible que la multitud haya perdido su amor por tan hermosas plazas.
Era mucho mas favorable a la urbanización artística aquella vida que la nuestra, tan matemática, en la que el hombre se transforma virtualmente en máquina, habiéndose modificado no solamente en sus generalidades, sinó también en detalles, los cuales exigen evoluciones en consonancia con la época.
Prácticamente, son las dimensiones gigantescas la tendencia de nuestras ciudades, rompiendo el marco de las artísticas formas antiguas. Cuanto mayor es la ciudad, tanto mayores y mas anchas son sus calles y plazas y tanto mas altos y extensos los edificios, hasta que por sus dimensiones, sus innumerables pisos y ventanas, apenas pueden disponerse estéticamente. Todo tiende a lo inmenso y a la repetición de iguales motivos, restringiendo de tal modo la facultad de concepción, que solo con extraordinarios esfuerzos puede algo alcanzarse.
Es esto asimismo irremediable; tanto el urbanizador como el arquitecto deben crearse una escala adecuada para ciudades de millones de habitantes. Con tan grande aglomeración en un punto, sube enormemente el valor del terreno y no está al alcance del propietario ni del municipio, eludir sus consecuencias, por cuyo motivo en todas partes efectúanse parcelaciones y aperturas mediante las cuales aún en los barrios antiguos lógranse mas calles, aproximándose al sistema de manzanas. Esto depende naturalmente del valor del solar y tirado de la calle, el cual no es susceptible de alterarse por ordenanzas, y menos aún por razones estéticas. El urbanizador debe contar con estas contingencias como con fuerzas existentes, del mismo modo que el arquitecto, con las leyes de la estática y resistencia, aunque vayan unidas a desagradables restricciones.
La parcelación regular considerada económicamente, hase desarrollado en tal manera, que sus efectos son ya inevitables. No debemos, no obstante, entregarnos ciegamente a merced de los métodos usuales, pues de este modo aniquílanse en masa las bellezas que resumimos en la palabra pintoresco. ¿Dónde están, en la parcelación regular, esos típicos rincones de calles que aún nos encantan en el viejo Nuremberg -con originalidad tal como su "Fembohaus"- o en el ayuntamiento de Heilbronn, la cervecería de Görlitz, el Petersenhaus de Nuremberg, y tantos otros, que van desapareciendo de año en año, por continuas demoliciones?
El alto precio de los solares conduce a su mas intensa explotación, que obliga a suprimir muchos nobles elementos, acercándose la edificación de cada parcela al arquetipo de nuestras manzanas. Resaltos, antepatios, escalinatas, loggias, torrecillas, etc., nos resultan un lujo inaccesible aún en edificios públicos, y solo en su parte superior en balcones y salientes, o en cornisas, puede el arquitecto moderno dejar volar a su pegaso, pero de ningún modo abajo, en la calle, donde la alineación manda. Tanto nos hemos habituado, que ciertos magníficos motivos como el de la amplia escalinata ya no nos placen. Numeroso grupo de formas se ha retirado al interior de los edificios, cediendo al cambio de los tiempos, al miedo a la plaza. Si se niega a los edificios todos los recursos artísticos, ¿cómo ha de extrañarnos no produzcan buen efecto? Imaginémonos suprimidas las preciosas escalinatas de la antigua casa consistorial de Leyden, la "Bolswaert", o la hermosa sala del ayuntamiento de Heilbronn sin sus dos monumentos en las esquinas y las dos escalinatas, ¿qué nos quedaría? El efecto artístico de estas concepciones -poco prácticas según nuestra idea- adorna y embellece toda la ciudad. Frente a la insignificancia actual sería un esfuerzo estéril proponer algo semejante para una edificación moderna.
¿Qué arquitecto se atrevería a colocar hoy en un proyecto un grupo tan encantador cual es la combinación de escalinata, terraza, cancela y estatua de la justicia en una misma esquina, cual en el ayuntamiento de Görlitz? Los bellos accesos, loggias y salientes de los antiguos de Lübeck, Lemgo, así como también las pequeñas variantes del de Haag (1564 a 1565), de Ochsenfurth y tantos otros, pertenecen a los ya agotados tesoros de un pasado lleno de alegría. Así reflexionando hemos de convenir que hay algo raro en lo que denominamos espíritu de época. Todo el mundo admira el Palacio Ducal de Venecia y el Capitolio de Roma, pero nadie se atreve a proyectar algo parecido. Famosa es la loggia con su escalinata, salientes y cornisa del ayuntamiento de Halberstadt, la parecida disposición -con escalinata- de los de Bruselas, Deventer (1643), Hoogstraeten, La Haya y la imponente escalera exterior del de Rotemburgo.
El gusto moderno se opone a estas escalinatas, y el solo pensar en un posible resbalón a causa de la escarcha o las nevadas invernales, es suficiente para alejar las imágenes tentadoras del pasado. Pero aún mas, la escalera es para nosotros -harto caseros- únicamente un adorno interior: tan sensibles somos y hastiados estamos del tráfico público, que no queremos trabajar si alguien nos observa, que no podemos comer con la ventana abierta por temor de que alguien pudiera mirarnos y de ahí que los balcones de las casas suelan permanecer vacíos.
El empleo de elementos arquitectónicos interiores -escaleras, halls, etc.- en el exterior, aunados, constituye uno de los mas esenciales encantos de las disposiciones clásicas y medievales. Lo sumamente pintoresco de Amalfi, estriba principalmente en una fusión, grotesca a veces, de elementos de ambas clases, de modo que uno se encuentra a un tiempo dentro de una casa y en la calle, o a la vez a nivel de esta o en un piso, según el concepto que se de a tan extraña combinación arquitectónica. Todo ello complace al viajero, y es lo que habitualmente vemos en los teatros, pues nunca se escogerá por su monotonía, un barrio moderno para decoración escénica.
La comparación de fantásticos decorados con la anodina realidad, hace ver las propiedades de lo pintoresco y de lo práctico. La ciudad moderna no se presta para las escenas; donde se busque tan solo efecto artístico, y viceversa, sería temerario querer realizar las graciosas filigranas de los teatros. No constituiría una desgracia ni mucho menos, para nuestras ciudades, los resaltos, frecuentes accidentaciones de la alineación, calles rotas o sinuosas, diferencias de anchura en las mismas y de altura de las casas, escalinatas, loggias, salientes, frontones, y en una palabra, todos los elementos de la composición teatral. Quien considere estos casos no solo en sentido estético, sinó como constructor, sabe muy bien que a ello se oponen mil impedimentos que a primera vista no se alcanzan.
No podemos traer de la fantasía a la realidad los detalles en que descansa el encanto de las ruinas. Todas resultan excelentes en imagen, aun vulgares muros de abigarrados colores, pero la realidad es bien distinta. Nos agrada una corta visita estival a un antiguo castillo; pero preferimos para residencia permanente una edificación moderna, con sus múltiples comodidades.
Habríamos de estar completamente ciegos para no observar las grandiosas innovaciones del moderno urbanismo en comparación con lo antiguo en cuanto a higiene. Aquí, nuestros ingenieros -tan censurados por sus equivocaciones artísticas- han hecho maravillas, ganando méritos imperecederos para con la humanidad; su obra ha mejorado esencialmente las condiciones higiénicas, como se desprende del coeficiente de mortalidad reducido en un cincuenta por ciento. ¡Mucho ha de haberse mejorado en los detalles del bienestar general cuando se logran tales resultados! Nos complacemos en reconocerlo, pero no obstante permanece en pie el problema de si es inevitable para adquirir estas ventajas pagar el enorme precio de la renuncia a la belleza en nuestras disposiciones urbanas.
La eterna lucha entre lo bello y lo útil no puede velarse con palabras: existe y existirá siempre como cosa natural. Esta lucha interna de dos exigencias opuestas, no solo reza con la urbanización, sinó que acompaña a todas las artes -aun a las más libres- por lo menos como conflicto entre sus fines idealistas y las restringidas condiciones del material en que sus concepciones se encarnan. Tal vez esforzándonos logremos representarnos in mente una obra de arte completamente liberada, pero nunca será posible realizarla. En todas partes el artista debe afrontar el problema de encerrar sus ideas dentro de los límites de la posibilidad. Nadie que conozca la historia del arte negará que estos límites son mas o menos amplios, según los medios de que disponga, los ideales y las exigencias prácticas de una determinada época.
En el campo de la urbanización estos limites son actualmente muy angostos; no se puede ya pensar en una obra de la grandiosidad de la Acrópolis, pues sería para nosotros imposible, aunque se dispusiera de los millones necesarios, por faltarnos las ideas fundamentales y el sentimiento vivo en el alma popular, que encontrase en ella su representación sensible. Pero teniendo en cuenta también el vacío del arte moderno -y aún considerándolo solo como decoración- el tema sería aún demasiado grande para el realista del siglo XIX. El urbanizador de ahora tiene que ejercitarse en la noble virtud de la modestia, y lo que es mas raro, no tanto por falta de dinero como por causas puramente técnicas.
Aun en el supuesto que solo se creara en sentido decorativo una nueva disposición, una nueva vista fastuosa y pintoresca, como si su fin únicamente fuera la glorificación de la ciudad, no puede esto lograrse con nuestra alineación rígida: para alcanzar aquellos efectos deben utilizarse aquellos colores. Debieran, pues, preverse ya en la planta toda clase de curvas, ángulos, es decir, licencias a la fuerza y casualidades intencionadas. ¿Pero se pueden inventar y construir casualidades tal como resultan en el curso de la historia? ¿Podría tener espontaneidad y frescura tan rebuscado candor, naturalidad tan artística? La alegría infantil le está negada a una civilización en la que ya no se construye sin ton ni son, sinó que se estudia racionalmente sobre el papel. Ni la vida, ni la técnica modernas de la construcción permiten una copia exacta de las antiguas disposiciones urbanas, y hay que reconocerlo si no queremos caer en infantiles fantasmagorías. Las hermosas obras de aquellos maestros deben continuar existiendo de otra manera que por una servil imitación poco reflexiva; solamente si investigamos el fundamento de estas obras y si logramos aplicarlo discretamente a las modernas circunstancias, llegaríamos a alcanzar una nueva semilla del suelo estéril.
Este ensayo no debiera rehuirse a pesar de todos los impedimentos y la renuncia que exige de múltiples bellezas. La mas amplia apreciación de los modernos sistemas de edificación, la higiene y el tráfico, no deben desanimarnos tanto que renunciemos a soluciones artísticas contentándonos con las técnicas -como en la construcción de carreteras o máquinas- pues nos es imposible prescindir de las sublimes impresiones emanadas continuamente de la perfección artística, en la actividad de nuestra vida diaria. Debiéramos convencernos de que en la urbanización es indispensable el arte, pues influye continuamente educando las masas populares, mientras que teatros y conciertos son solo accesibles a las clases adineradas. Debieran los ayuntamientos dedicar su atención a este problema, y sería deseable una comprobación de hasta donde podríanse avenir los principios antiguos con las modernas exigencias, investigación a la cual dedicaremos el siguiente capítulo.
Capítulo XI
Perfeccionamiento del sistema moderno
De la investigación anterior se deduce no es necesario entregarse incondicionalmente al sistema de manzanas, que casi imposibilita la formación artística de las plazas. Una multitud de posibilidades de mejora ya se desprendieron del análisis de los antiguos trazados, pero antes podemos aún indicar como a pesar de todas las restricciones de lo pintoresco y efectista, y de las dificultades originadas por la práctica, se han producido recientemente obras notables y bellas.
Todo lo que por sentimiento se hizo en el barroco, radica, encaja aquí. Es cierto que sus elevados principios ya no se ejecutan en parte alguna, y consecuentemente, solo vestigios de ellos hallamos, así en la forma de herradura de ciertos emplazamientos como en las plazas libres ante los edificios monumentales. Aun mejores disposiciones nacen de la mezcla de los diferentes tipos. Así, el emplazamiento de la iglesia católica en la "Luisenplatz" de Wiesbaden está mucho mejor que el acostumbrado en el centro de una plaza regular, aunque también aquí el inevitable sistema de parcelamiento en bloques lo estropea; el del Kursaal, con sus columnatas en forma de herradura, resulta perfecto, si bien no comprendemos el porqué no se ha hecho una unión completa y todos los detalles, como bloques aislados, vense por los cuatro lados. Basta recordar los soberbios modelos del Barroco, para ver claramente como ejecutan obras de esta clase a fin de obtener perfección.
De todos los modernos ensanches y regularizaciones, es el de París el que menos se ha alejado de los grandes modelos de este estilo, y como siendo una ciudad moderna de millones de habitantes ofrece también, en cuanto a dimensiones, todas las dificultades del caso, pueden atribuirse las impresionantes perspectivas obtenidas, a lo que de él se concilia con nuestras exigencias.
En tiempos antiguos era particularmente Roma donde, por su significación de gran ciudad y por su extensión, se desarrollaron disposiciones de la índole moderna, como debía acaecer a causa de la concurrencia de inmensas multitudes. Merecen por ello nuestra mayor atención, pues por una parte proceden de una época artística, y por otra debían responder a las necesidades modernas de la gran ciudad. La Piazza di San Pietro nos muestra una de las mas importantes disposiciones de esta clase.
El motivo principal de la misma es la curvatura elíptica, que podríamos llamar romana, pues no solo se presenta allí repetidas veces, sinó que es también la forma de sus antiguos hipódromos, origen en parte de los anfiteatros; tal es el caso de la Piazza Navona. Recordemos la inmensa Piazza del Popolo. Esta forma de circo se extendía desde Roma al resto de Italia y aún mas allá. La Piazza del Plebiscito de Nápoles es una prueba, así como también la ante San Nicolo en Catania. En el Norte, tal vez el más interesante ejemplo de esta clase nos le ofrece el «Zwinger» de Dresden. De este lujoso edificio no llegó a terminarse el cuarto lado, quedando aquel espacio hasta el Elba, mucho tiempo cubierto de cabañas. Sucedió entonces que -a propósito de una estatua ecuestre para la que no se encontraba emplazamiento adecuado- pidióse su opinión a Godofredo Semper. Contestó este entregando un nuevo plano de urbanización, que es de lo más interesante que se ha concebido en tiempo moderno, y que hubiera adornado a Dresden con las mas bellas disposiciones cerradas después de la erección de la columnata de la Piazza di San Pietro. Las cabañas delante del «Zwinger» debían derruirse para disponer una plaza cerrada a modo del foro, colocada entre construcciones monumentales; todos los edificios públicos de mayor tamaño cuya erección se había previsto, reuníanse utilizándoles para la creación de una encantadora perspectiva. El eje principal de toda la disposición debía, partiendo del «Zwinger» llegar hasta el Elba. Frente a la catedral se erigía un nuevo teatro, comunicación del existente con el «Zwinger», y para contraste una orangerie real y un museo. En el río pensábase erigir una hermosa plaza para embarcadero con rollos monumentales como en la de San Marcos, proveyéndola de grandes escalinatas y adornándola con ricos monumentos.
Si todo se hubiese ejecutado de esta manera, tendríamos una plaza digna de perenne admiración. Pero el insípido y mezquino espíritu de la época opúsose contra construcción tan clara y perdurable, hasta que todo se dispersó y perdiose. En primer lugar se colocó la orangerie en una esquina, sin motivo alguno, en tanto que el teatro se emplazaba en el lugar previsto, y finalmente se situó el museo en el cuarto lado, cerrando el «Zwinger». En esta disposición sin plan, no se adapta ni el museo al «Zwinger», ni este a aquel; el patio está sin comunicación y solo en el desierto de la plaza. Todo efecto y orientación se ha perdido, y estos edificios -colocados como muebles en una almoneda- no tienen unión entre sí, ni pueden nunca formar un conjunto armónico, lo que redunda no tan solo en perjuicio de Dresden, sinó de todos los que deleitaríanse a la vista de tan bella plaza, llevándose un recuerdo agradable.
Godofredo Semper tuvo ocasión de explanar esta idea con mayor grandiosidad, para los proyectos del palacio imperial y museos de Viena. Esta disposición puede verse en el proyecto original -publicado a su muerte- que reproducimos. La disposición en esencia es idéntica a la ideada para Dresden; se inspira, como demostramos ya, en la Piazza di San Pietro, es decir, en las disposiciones de la Roma clásica. Esta plaza sería un foro imperial, en su mas amplio concepto, de dimensiones inmensas: 240 metros de largo por 130 de ancho, casi tan grandes como las de la citada plaza, y visiblemente son mas afortunadas que las de Dresden, pues todo allí se desarrolla de un modo mas natural y armónico.
Se demuestra pues que a pesar de las corrientes desfavorables de la época, de vez en cuando aún surge algo grandioso y bello, siempre que los artistas célebres encuentran suficiente apoyo en su lucha contra la indiferencia reinante. Hasta se han logrado emplazar admirablemente grandiosos monumentos, y sería muy de desear que esta semilla fructificase. Especialmente Viena ha sido muy afortunada con los recientemente erigidos, como también en cuanto a la situación de los mismos, que es lo que aquí solo nos interesa. El de Schubert encontró un lugar adecuado y tranquilo entre el verdor del parque, y también el de Haydn. La alta columna rostral del monumento a Tegetthoff está divinamente al final de la avenida del Prater, siendo deseable que la redonda plaza de la Estrella, en el mismo -para cuyo centro nada mas adecuado que una alta y esbelta columna u obelisco- recibiera una decoración arquitectónica digna. Una columnata de dos pisos de planta semicircular, sería lo más indicado, y no una estación central o algo parecido. Para emplazamiento del monumento a Radetzky se ha escogido el «Am Hof», delante del ministerio de la guerra en el borde de la plaza.
Como obra absolutamente perfecta por sus dimensiones y conjunto citaremos el monumento a la Emperatriz María Teresa. La imponente arquitectura del museo, las inmensas proporciones de la plaza y su libre emplazamiento, exigían un verdadero artista. Todo es afortunado, su mismo contorno está en armónico acuerdo con las cúpulas existentes en ambos museos, cuya agrupación con las cuatro menores angulares, hácele resaltar aún mas.
Toda ciudad, aun en tiempo reciente, muestra algún emplazamiento afortunado, pues los artistas se interesan cuanto pueden por sus obras. Este arte padece a causa de la dispersión por toda la ciudad de los monumentos: aquí una fuente, allá una estatua ecuestre, y solamente rara vez lógrase reunir nobles edificios y monumentos en un conjunto. Hasta la más pequeña villa pudiera embellecerse con una plaza original si todos sus edificios importantes y monumentos, se reunieran ordenadamente. Facilitar esto, prepararlo, debiera ser obligación de los planos urbanos. La manzana no es nunca tan contraria, como aquí las exigencias artísticas. Una vez fijados esos malhadados polígonos de parcelación, son inamovibles, y todo esfuerzo resulta baldío y en un barrio tal jamás puede nacer nada importante. Esta es la razón de por qué puedan ser admisibles normas nuevas, allí donde deben adaptarse a un marco antiguo -mediante la demolición de viejas fortificaciones, etc.- mientras que cuando son por completo modernas y en solar poco accidentado, casi siempre tienen poco éxito. ¿Cómo pues conseguir que en la actual parcelación, sin restricciones, se tenga en cuenta el interés artístico?
Es generalmente reconocido -a causa de los palpables fracasos de múltiples ensanches en los últimos decenios- que algo debe legislarse en este sentido. Se consideró estéticamente inadmisible la parcelación geométrica y buscóse acercarse a la urbanización de los antiguos, dando mas libertad para el desarrollo constructivo.
Ya en 1874 se tomaron en tal sentido -en la asamblea general de la Sociedad de Arquitectos e Ingenieros alemanes, de Berlín- los siguientes acuerdos:
1. Proyectar ensanches, consiste esencialmente en fijar las líneas generales de comunicación.
2. La red de calles solo debe contener las líneas principales, debiendo respetarse en lo posible, los caminos existentes, y también los secundarios, determinados por circunstancias locales. La subdivisión restante debe hacerse según las necesidades del más cercano porvenir o bien dejándolas en manos de la iniciativa particular.
3. La agrupación de barrios debe realizarse con previo estudio de su situación y peculiares circunstancias, nunca obligatoria, y tan solo regida por reglamentos de higiene referentes a las industrias.
Estos acuerdos iban manifiestamente contra los sistemas de parcelamiento prematuro, y por lo tanto eran un paso hacia adelante; sin embargo sus resultados prácticos no se han visto por ninguna parte: la mas anodina vulgaridad siguió pesando como una maldición sobre los planes de parcelamiento; cosa natural, pues los tres puntos antes indicados solo contienen restricciones, como toda nuestra crítica. Solo vemos una indicación positiva: que deben tenerse en cuenta los caminos ya existentes.
En realidad este deseo de reducir a un mínimo la fabricación de planos parcelarlos era hijo de la desconfianza hacia quienes los regían; un anhelo de librarlos de manos inexpertas. También es buena la conclusión que afirma la imposibilidad de obtener un buen plano con el solo concurso del municipio. Las obras de arte no pueden crearse por comisiones ni oficinas, sinó individualmente, y un plano de ciudad, por deber producir un efecto artístico, es una de tantas.
Cualquier funcionario de una oficina técnica, merced a sus conocimientos o continuos viajes, así como a su innato sentimiento artístico y flexible fantasía, puede concebir un excelente plano de urbanización, y sin embargo, reunidos todos no lograrán realizar más que cosas faltas de vida y entusiasmo. El jefe por un lado, carece de tiempo para resolver el asunto por sí y sus empleados no pueden atreverse a tener ideas propias y han de atenerse a normas administrativas. La ambición personal, la individualidad artística, el entusiasmo por una labor de la que no se es responsable, no existen en un centro administrativo, donde serían hasta perjudiciales para la disciplina.
En la conclusión anteriormente citada, los arquitectos no debieran haberse limitado a lamentar que los planos de ciudades fuesen ejecutados en los centros oficiales sin el concurso de otros elementos, sinó que hubieran debido demostrar la posibilidad de una cooperación y sus principios de orientación.
No se habla de ello en parte alguna y se deja a la casualidad, que en tiempos antiguos produjera tantas bellezas. En este supuesto de que la casualidad podría hoy por si misma crear nuevas bellezas, como en los tiempos pasados, hay una enorme equivocación, pues no era casualidad o capricho de un solo hombre si antaño se produjeron bellas plazas y disposiciones urbanas cabalísimas sin plano de parcelación, sin concursos, sin administración alguna aparente, en un desarrollo paulatino, pues este no era casual, el constructor no seguía su capricho, sínó que todos inconscientemente seguían la tradición artística de su época, y esta era tan segura que todo resultaba bien. El romano que construía su castro, sabia perfectamente como tenia que hacerlo, y no pensaba en disponerle de otro modo que como de costumbre, pero en esta norma tradicional estaba ya contenido todo lo necesario para su comodidad y hermosura. Cuando mas tarde el campamento convertíase en ciudad, se comprendía por si mismo que esta debía tener un foro, y que allí debían erigirse los templos, los edificios públicos y las estatuas. Cada uno sabía dirigir y ejecutar hasta en los menores detalles, pues existía solo una norma tradicional que se adaptaba a las circunstancias locales. Así pues no era casualidad, sinó la gran tradición de arte, viva en todo un pueblo, la que producía -aparentemente sin plano- las disposiciones urbanas. Lo mismo ocurría en la Edad Media y el Renacimiento.
¿Pero hasta dónde nos llevaría hoy esta pretendida casualidad? Sin plano de urbanización, sin norma, cada arquitecto construiría de modo distinto, pues ya no existe el popular sentimiento de una arraigada tradición artística, sinó por el contrario una absurda confusión. Lo artísticamente condenable, la manzana, surgiría por doquier, dominando, del mismo modo que si existiera un plano previo, e iglesias y monumentos ocuparán siempre el centro de las plazas, pues hoy en día es lo único que admitimos sin discusión.
La obra de Baumeister sobre ensanches de ciudades nos suministra una prueba suficiente. A pesar de que deliberadamente defiende las conclusiones de la asamblea de Berlín y somete los usuales sistemas de urbanización a una crítica demoledora, sus disposiciones de plazas no se distinguen en lo más mínimo de las peores modernas. Su colocación normal para iglesias es la actualmente en boga, la del centro de la plaza. Las restantes formas que él propone como modelos son tan solo un muestrario de las equivocaciones modernas. Estas plazas representan centros de cruce, con sus nefastas consecuencias de confusión, imposibilidad de lucimiento para los edificios, de bien emplazar monumentos y formarlas como un conjunto artístico cerrado. Las únicas proposiciones originales que a esto se añaden son interrumpir mas a menudo las calles mediante plazas y una mayor libertad de ordenanzas en lo referente al retroceso de las casas respecto a la alineación general. No vale la pena de discutir tan insuficientes y precarios consejos. Es una desgracia que los procedimientos de Baumeister se hayan puesto de moda, contradiciendo al pasado y a toda exigencia artística.
No es posible remediar estos males dejándolo a merced de la casualidad. Deben concretarse positivamente las exigencias del arte; no podemos ya tener confianza en el sentimiento popular, que en nada se preocupa de la belleza; es absolutamente necesario estudiar las obras del pasado, y colocar en el lugar de la olvidada tradición artística, los principios teóricos que presidieron obras tan excelentes, presentándolo como leyes, como normas positivas de urbanización; solo esto nos permitirá progresar verdaderamente, si aún es posible.
Tras de haber intentado demostrar esto, procuraremos fijar las tales normas, como conclusión de nuestro análisis.
Se sabe claramente de antemano que no puede empezarse el plan de parcelamiento de un nuevo barrio basándose en principios artísticos sin antes trazar un croquis de lo que debe resultar, y que plazas y edificios públicos pueden preverse. Debe existir por lo menos una idea aproximada, pues sin concepto alguno de que plazas y edificios han de formar el barrio y su destino, será imposible distribuirlo de modo, que se adapte a los accidentes del terreno, logrando a la vez, efecto artístico. Sería análogo a si un propietario mostrase a un arquitecto un solar y le dijera: - Constrúyame aquí algo; aproximadamente de unos cien mil duros. -¿Quiere usted una casa de moneda? -¡No! -¿Una villa? -¡No! -¿Tal vez una fábrica? -¡No! etc. Algo absurdo y ridículo, que jamás sucede, porque nadie construye sin intención, ni se dirige a un arquitecto sin un propósito, sin un programa completamente determinado. Solo en la urbanización no parece necio emprender un proyecto sin plan preconcebido al ignorar como se desarrollará el nuevo distrito. La exacta expresión de esta carencia de programa, es la eterna agrupación de manzanas.
Equivale a manifestar «que podríamos crear algo útil y hermoso, pero no sabemos que, y renunciando por ello a estudiar un problema tan vago, nos decidimos a dividir geométricamente la superficie dada, para que su venta por metros cuadrados pueda comenzarse». ¡Cuan distinto de los pasados ideales! Y conste que cuanto hemos dicho no es una caricatura, sinó el fiel trasunto de la realidad. En Viena se ejecutó por manzanas de esta clase, la urbanización del distrito décimo, el cual resultó como era de esperar.
Que la carencia de programa es una de las causas más poderosas del porqué estas disposiciones resultan insípidas, pruébalo también una parcelación al por mayor: la de los Estados Unidos de Norte América. Todo su inmenso territorio se dividió mediante líneas rectas trazadas por los grados de longitud y latitud. Su imperfección es evidente, pues en el momento en que se hizo el reparto, ni se conocía el país, ni podía preverse su desarrollo futuro; no teniendo ningún pasado histórico no representaba a los ojos de la humanidad civilizada mas que tantas o cuantas leguas de tierra para el cultivo. Tal sistema aplicado a las ciudades, acaso convenga allá, en los Estados Unidos, en Australia y demás países entonces vírgenes de civilización; allí donde los hombres solo viven para ganar dinero, y solo ganan dinero para vivir, puede que sea indiferente meterlos en esas cajas, como arenques en un tabal.
Un verdadero programa es pues, condición preliminar indispensable. Los estudios preparatorios pueden ser confiados a oficinas o comisiones técnicas. Debiendo consistir en:
A) Determinar la probabilidad de crecimiento del barrio proyectado durante los próximos 50 años. Convendría saber de antemano donde se elevarían las casas de alquiler, villas y edificaciones destinadas al comercio y la industria, ya sea para repartirlos en barrios especiales o mixtos. Quienes objetan a este sistema que es imposible formular tales previsiones con una certeza ni aún aproximada, tratan de evadir con subterfugios una labor y responsabilidad sin duda grande. Aconsejándose en la historia de una ciudad, consultando estadísticas y teniendo en cuenta las circunstancias locales, reunirá datos suficientes para anticipar una serie de observaciones sacadas de la experiencia, en un porvenir cercano, que es cuanto se necesita. Si no se emprende algo concreto, se desarrollarán seguramente las barriadas de casas de alquiler, donde y como puedan, pues en tal género de construcción árida y sin carácter caben, en caso de necesidad, talleres, viviendas de obreros, almacenes, establecimientos, palacios, etc. Todo cabe en ellas, pero también sin satisfacer plenamente las necesidades en cada caso de estas clases de edificios utilizándose para estos fines, a falta de otra cosa.
Hay que oponerse resueltamente a esta casa de alquiler que absorbe casi por completo las ciudades modernas, pues sinó aparecerá en todas partes como indicio de vacilación y duda. En las barriadas de «cottages» de Währing, Viena, etc. se ha procedido varias veces en tal sentido, y es indispensable allí donde queramos se desarrolle una disposición de carácter peculiar. Demasiado bien podemos observar en Viena uno de tales desaciertos en un árido barrio de viviendas, un suburbio que se inicia en la ciudad del Danubio. No vemos porque ha de malograrse desde su principio un sitio tan excelente, llamado acaso a formar con el tiempo uno de los puntos más lujosos de la urbe. Tomemos ejemplo de Pest, donde los más hermosos y animados barrios están a orillas del Danubio que les presta su encanto; pensemos que el tráfico y el comercio no han de continuar siempre lo mismo que en la actualidad, que algún día mas o menos lejano será un hecho la regularización de la «Eisentor» y del Danubio, y que el tráfico fluvial puede alcanzar gran incremento, que acaso tarde aún mucho, pero que forzosamente ha de llegar, pues las condiciones geográficas ya existen. ¿Debieráse entonces modificar, con inmensos gastos, el sistema cuadricular que afortunadamente aún no existe sinó en el papel? ¿quién asumirá esta responsabilidad? ¿debemos renunciar sinó a un mayor desarrollo de Viena? No debe dejarse pasar un solo día sin detener la construcción, según el modelo del distrito décimo, sinó este hermoso lugar sobre el gran río con sus vistas lejanas y su fondo de montañas, se verá transformado cualquier día en un árido barrio de cuarteles, del que no se podría hacer ya nada bueno.
Este ejemplo muestra que es inexacto se pueda trabajar sin programa; en interés del asunto debe establecerse, pues su ausencia trae fatalmente tras sí el empleo de uno de los sistemas de construcción más defectuosos.
B) Basándose en estas investigaciones, tendrían que imaginarse los edificios públicos eventualmente necesarios, así su número como su contorno y construcciones accesorias. Todo esto podrá preverse con ayuda de estadísticas, pues depende de la cifra de población, del número y magnitud de iglesias, escuelas, mercados, jardines y otros edificios públicos.
Una vez determinado, deberían buscarse las mejores agrupaciones, junto con las necesarias comunicaciones, con lo que empezaría la verdadera concepción del plan de urbanización, para lo cual sería indispensable abrir un concurso público. A los datos estadísticos anteriormente indicados, habría de añadirse un exacto plano del terreno, con todos sus caminos existentes, e indicaciones relativas a la dirección de los vientos, y cuanto pueda tener importancia local.
En primer lugar deberían los que proyectan reunir en un punto los necesarios edificios públicos, jardines, etc., dándoles adecuada comunicación entre sí. Los diversos jardines podrían estar a igual distancia unos de otros, no abiertos a la calle, sinó rodeados de casas, siendo accesibles por dos o mas puertas, de forma que se adapten a las circunstancias, sin ser iguales. Así, estando protegidos, lograríanse a la vez largas y valiosas fachadas.
Al contrario que los jardines, los edificios notables debieran reunirse junto a la iglesia, la casa rectoral y la escuela, etc. Sería igualmente laudable agrupar monumentos, fuentes y edificios públicos, a fin de que se logre una importante plaza. Si resultasen varias, convendría reunirlas en un grupo en lugar de dispersarlas, procurando que cada una, por su situación, tamaño y forma, tuviesen un carácter peculiar, y que las afluencias de calles conserven cerrado el contorno. Sería también conveniente pensar en algún efecto de perspectiva y en la utilización de los panoramas que la naturaleza pudiera ofrecer. El ventajoso sistema barroco de las disposiciones en herradura, el de las anteplazas imitando los antiguos atrios, y otros ya conocidos por sus efectos, debieran tenerse en cuenta para su eventual aplicación. No emplazar aislados iglesias y edificios monumentales, sinó empotrados en la pared de la plaza, a fin de que se produzca en sus contornos bellos lugares para fuentes y futuros monumentos. No debieran destruirse desigualdades del terreno, cursos de agua o caminos para obtener un insípido cuadrado, sinó conservarlos como agradables motivos que interrumpieran las calles. Tales irregularidades que ahora se suprimen a costa de grandes gastos son absolutamente necesarias. Sin ellas, aún con la mejor ejecución, no quedará sinó una cierta rigidez rebuscada y fría en el efecto del conjunto. Además permiten una fácil orientación entre la multitud de calles, siendo recomendables desde el punto de vista higiénico, pues las curvas e interrupciones de las antiguas ciudades detienen y atenúan la dirección de los vientos, de tal modo que las mas recias tormentas pasan con toda su fuerza por encima de los tejados, en tanto que a través de las calles rectas de los barrios regulares, soplan intensamente, de modo molesto y perjudicial para la salud. Bien claramente puede observarse esto donde quiera que haya barrios nuevos y viejos, y tal vez mejor que en ninguna otra en la ciudad de Viena, harto ventosa; mientras que con un viento medianamente fuerte se puede atravesar la ciudad interior sin molestia alguna, nos encontramos en la nueva envueltos en nubes de polvo.
En plazas abiertas donde las afluencias. de calles venidas de todas partes reúnen naturalmente todos los vientos que rijan, se puede observar, cualquier día del año, los mas hermosos torbellinos de polvo o nieve, como en la nueva plaza del ayuntamiento de Viena; es otro de los mas lindos adelantos que la urbanización moderna tiene en su haber.
Particular influjo sobre el reparto del viento ejercen los edificios que sobresalen por encima del nivel de los tejados, especialmente los inmensos techos de recia pendiente de las catedrales góticas, en las cuales se rompen, ocasionando fuertes corrientes de aire de las que casi nunca están libres sus alrededores. Así lo dice, de la catedral de San Esteban, el festivo y antiguo refrán:
«Zu Wien der Stephanmünster
Ist aussen grau und innen finster.
Hast du ihn vorn gesehen,
So kannst du rückwárts gehen,
Dort sichst du ihn v.n hint, G,istattet di,,'s de, Wind». (*)
(*) «En Viena, la catedral de, San Esteban por fuera es gris, por dentro oscura. Cuando la hayas visto por delante puedes irle al otro lado y la veras por detrás si el viento te lo permite».
Ya Vitruvio indica que al elegir la dirección de las calles, tanto debe tenerse en cuenta su orientación como la dirección de los vientos reinantes. Naturalmente que la sapientísima urbanización moderna lo ha olvidado; no parece sinó que tiene especial interés en hacer todo lo peor que puede.
Ateniéndonos a estas breves indicaciones, nuestro plano ideal acusará parcelas construidas, amplios jardines rodeados de casas y algunas plazas de dimensión y forma apropiada. Debían ahora trazarse las principales vías de comunicación, considerando también todas las demás condiciones, y con ello habríamos alcanzado el punto de vista que la asamblea general de las sociedades de ingenieros y arquitectos indica como punto de partida. Pero aún así no estaría el trabajo a medias, pues ya sabemos que estos trazados abandonados a si mismos apenas iniciados tienden siempre al sistema de bloques. Sería pues necesario aquí, ejercer una firme vigilancia artística para que lo bien empezado no degenere, ya sea mediante repetidos concursos durante la edificación, o de otro modo. A los concursos para edificios públicos podrían agregarse otros para las plazas que ellos deberían encuadrar, con lo que tal vez se logrará mas fácilmente poseer plazas y edificios en total armonía de conjunto, haciéndolos nacer ya fusionados. Si el arquitecto concursante, en vez de estar ligado a un determinado bloque, como casi siempre ocurre, está por el contrario libre, los edificios ganarían en variedad, mientras que con el sistema actual, hasta sobre los mas bellos monumentos gravita una pesadilla. La mas elemental división regular del terreno, que entre los maestros del Barroco poseía una multitud de motivos, se ha reducido durante el exclusivo predominio del malhadado sistema de parcelación a la mas vulgar y tediosa de sus formas: el cubo.
Solo la libertad en la composición de la plaza puede dar vida y movimiento al conjunto arquitectónico. La construcción de una ciudad es obra vasta y difícil; y podría completarse en el curso del tiempo agregándole detalles. Si estudiamos la historia de una ciudad antigua y famosa, veremos que cuantioso caudal de espíritu hállase invertido en sus piedras, caudal que paga incesantemente sus rentas en forma de impresiones grandiosas o pintorescas. Observando más atentamente, veremos que de igual manera que en la vida material, aquí las rentas están en proporción al capital invertido, y que se precisa un hábil empleo si se quieren obtener buenos réditos. ¡Debiera avergonzarnos el escaso caudal de espíritu de nuestros ajedrezados urbanos! Magnitud de manzana y anchura de calle se determinan mediante un acuerdo de sesión, con minuciosidad tal que el plano parcelario del barrio podría ya ser completado por el último escribiente o ujier, si no se diese aún cierta importancia a la mayor delicadeza de dibujo.
Tanto los valores artísticos como el efecto equivalen a cero, y por consecuencia, la alegría de los habitantes en su ciudad, su amor y orgullo por ella, y en una palabra, el sentimiento patrio será también cero; podemos observarlo sin excepción en los moradores de ciudades desprovistas de arte y de ensanches fastidiosos. Considerada desde este punto de vista la necesidad de una disposición artística de urbanización tal vez se hiciese más comprensible a nuestra época materialista. Se ha escrito mucho referente a la importancia económica de las bellas artes, universalmente reconocida. Es conveniente observar esto, pues no se admite en general, la puramente ideal del arte, como propio fin y hasta como supremo factor de la civilización y actividad humanas; pero como tiene también un fin social y práctico, bien pudiera ser que los más empecatados economistas hallasen al fin que acaso no sería un mal destinar también algún dinero para el culto del arte, aplicado al sentimiento de patriotismo ciudadano y en todo caso para el fomento del turismo.
De cualquier modo que se considere el problema del trazado de una ciudad, siempre se llega a la conclusión de que en los tiempos modernos trátase con demasiada ligereza, debiera dedicársele mucho mas fervor a su parte artística, tan olvidada. Si se quieren obtener buenos resultados prácticos debiera procederse con mucha energía y perseverancia, pues se trata nada menos que de la reanimación artística del urbanismo, de la plena repulsa de todas las normas actualmente en uso.
A fin de resumir en una fórmula las exigencias, a menudo contradictorias, que el urbanismo debe procurar armonizar, estudiemos el fenómeno de la visión, en el cual descansa la noción de espacio, base de todos los efectos arquitectónicos. Puestos ante un conjunto cualquiera, se forma una especie de pirámide o haz de rayos visuales, en cuyo vértice está nuestro ojo, y en torno del cual o por lo menos formando una línea aproximadamente cóncava, se sitúan sus elementos. Este es el principio perspectiva, base de las acertadas creaciones del Barroco, mediante el cual consiguen los mayores efectos, pues su forma general permite abarcar de una sola ojeada el mayor número posible de objetos del espacio; ocurre lo contrario con el bloque moderno. En pocas palabras, el arte exige la concavidad y las conveniencias la convexidad de las imágenes.
La contradicción, pues, no puede ser más clara. En un buen plano no debe prevalecer ni la una ni la otra, sinó según cada caso lo exija, aprovechando hábilmente las circunstancias, para satisfacer las necesidades económicas sin olvidarse del sentimiento.
Uno de los medios para conseguir la reconciliación entre ambos ya le hemos indicado: conceder el primer puesto al arte en plazas y calles principales, sacrificando en favor de la economía los barrios secundarios. Es fácil demostrar que una parcelación regular puede avenirse en cierto modo con las exigencias estéticas. Para ello presentaremos los siguientes planos: la fig. 104, como la fig. 105, representa la situación de una iglesia de la época barroca. La iglesia (a) está empotrada, dando lugar a una plaza cerrada por tres lados y lugares adecuados (g y h) para monumentos y fuentes, desembocando en ella ante el templo una calle de anchura algo mayor. Los edificios laterales son: (b) la casa rectoral, a fin de que se comunique directamente con la sacristía; (c) una escuela, desde la cual los niños, en días de mal tiempo, puedan ir a la iglesia sin salir de cubierto; (d) un gran patio separado de ella por otro más estrecho, circuído de un elevado muro, que podría servir de gimnasio. El otro lado se puede dedicar a escuela de niñas (e), con jardín infantil (f); las tres restantes parcelas (c', e' e i) se destinarían a casas de alquiler o fines escolares. Los muros de ambos patios (d y f) cabe tapizarlos de hiedra, y ornados de árboles y arbustos, serían agradables lugares de recreo; detrás de la iglesia podría disponerse una plazuela no muy grande con arbolado.
Hemos escogido un modelo extremadamente sencillo, como podría proyectarse para un suburbio. La hermosura de la tranquila y cerrada plaza, la gran economía en la construcción de la iglesia y su favorable accesibilidad desde la escuela y casa rectoral son patentes. Podría variarse en cada caso particular, reuniendo los edificios del concejo: iglesia, rectoría, escuela, una fuente y acaso algún pequeño monumento, que junto con árboles y alineado todo convenientemente, formaría un agradable conjunto.
Pueblos importantes, necesitan un edificio mayor para ayuntamiento, al cual pueden agruparse la plaza-mercado con su fuente y edificios administrativos como caja de ahorros, monte de piedad, museo, mercado cubierto, alhóndiga, etc. Todo esto requiere un conjunto de edificaciones que deben distribuirse en partes, pero según nuestro sistema de bloques, se le asignará en la parcelación un extenso espacio cuadrado. En tal caso, desfavorable desde su principio, no tiene el arquitecto otro remedio que disponer patios en su interior, mientras que el exterior del edificio representa un bloque cúbico de cuatro fachadas de igual altura, las cuales se pueden solo ver como es natural, una tras de otra, paseando alrededor de la manzana, siendo imposible el logro de un efecto general y simultáneo. Si se concediese al arquitecto autor del plano, proyectar también la plaza y los alrededores, se podría tratar el asunto desde el principio de modo muy diverso. Cabría proyectar diferentes edificios, mayores o menores según las necesidades, y agrupar los de acuerdo con el principio de la perspectiva referente a la concavidad, naciendo así artísticas plazas públicas en vez de los solitarios y oscuros patios interiores. Las posibles combinaciones variarán naturalmente según las circunstancias, y cuanto mas libertad se tuviere tanto mas pintoresco resultará el conjunto. Si el propósito es separarse apenas de la parcelación regular, puede indicarse como mas sencillo nuestro croquis fig. 106. Según él, A será el edificio principal, con una cómoda rampa en el fondo de una plaza cerrada por tres partes, con dos monumentos, mástiles para banderas o grandes farolas en ambos lados. B y C serían edificios accesorios, que en a y b, mediante pasos o pórticos, se comunicarían con el edificio principal. Así se formaría una plaza de hermosa unidad de estilo, con una completa utilización de las fachadas monumentales de las que se podrían ver tres de una misma ojeada, en tanto que cada una de las dos de atrás dominarían las plazas menores II y III, teniendo aún las secundarias IV, V y VI una participación de una fachada, mientras que según nuestro sistema estarían ocultas con sus mas bellas disposiciones monumentales, en patios donde nadie podría verlas. Cada una de esas numerosas plazas lograría su carácter propio; la principal I rodeada de arquerías, continuando los pórticos a y b, que de este modo alcanza su completo efecto, pues desenvolviéndose sin interrupción se abarcarían de una sola ojeada, utilizándose también para la comunicación en la dirección II a VI y Ill a V. Las plazas II y III adquirirían carácter propio, merced a una fuente una y a un gran monumento la otra. Las menores V y VI, obtienen un sello especial merced a las esquinas apartadas del tránsito, las cuales se prestan ventajosamente para restoranes, cafés con terrazas o monumentos altos. Una tal disposición resultaría particularmente favorable para los diversos cuerpos de edificio de una gran universidad, academia o escuela técnica. A un lado, por ejemplo, situaríanse el laboratorio químico y las diversas colecciones, al otro el instituto anatómico y la facultad de medicina, y entre los dos, el edificio principal. Si goza el arquitecto, de una cierta libertad, su labor es, ciertamente, mucho mas agradable que si ha de encerrar todos los locales pedidos en un bloque sin resaltos.
Examinemos aún la situación de los teatros. Tales edificios deben estar aislados por el peligro de los incendios; pero, por medio de columnatas puede servir un teatro para la formación de una plaza completamente cerrada; las arquerías, coronadas de uno o dos pisos de galerías, servirían en tales casos de salidas de socorro, y si se construyesen con materiales incombustibles, no constituirían ningún peligro para los edificios circundantes, y por el contrario, su terraza superior, enlosada, seria un lugar magnífico para los trabajos de extinción. Adoptando los principios de los antiguos a las circunstancias modernas, hemos obtenido el arquetipo. La redondeada salida de la sala de espectáculos a exige que el edificio se retire al fondo de la plaza principal I, y por consiguiente las arquerías b y c, las farolas d y el monumento g y la fuente f. La fachada posterior pudiera utilizarse como pared de la plaza II, y las largas calles III y lV, de las que parten rampas de acceso, ofrecerían lugar adecuado para parada de coches, menos visible que en la plaza principal.
Todos estos tipos son sencillos y propios para un parcelamiento regular, y demuestran que lo cerrado de las plazas y demás exigencias artísticas, no requieren grandes trabajos ni gastos inasequibles.
Bastaría con reservar mas superficie para estas posteriores edificaciones, y procurar una disposición de calle algo mas favorable que las del sistema rectangular. No sería difícil de preveer, pues esencialmente solo pide que las acometidas no concurran en los ángulos de la plaza sinó que se desvíen en diferentes direcciones. Según este antiguo modelo, debiera aceptarse la forma de turbina como tipo general de plazas pequeñas, en lo referente a la afluencia de calles y emplazamiento de monumentos o fuentes; así podríase ejecutar hasta la parcelación en bloques, lo que se desprende a primera vista de la fig. 110, modificación que respondería al ventajoso reparto del tráfico con solo un desemboco. Sería una gran equivocación establecer este detalle como norma rígida para todo un barrio. Deberíase evitar la interminable copia de la misma forma de parcelación, pues reproducir siempre según igual modelo, sea cual fuere, el trazado resulta tedioso e insoportable. Habría que introducir un poco de variedad en su conducción, y la forma de la fig. 110 debiera solamente aplicarse de vez en cuando, donde se quisiera agrupar edificios monumentales, con plazas importantes. La misma anarquía de los barrios de villas resulta cansada para una extensión excesiva.
Solo en un caso será necesario repartir la circulación, donde converjan varias calles en un crucero, lo que ocasionaría siempre una plaza inadecuada para la vista y el tránsito. Esta forma, predilecta de las ciudades modernas, debiera extirparse donde quiera que apareciese como consecuencia accesoria del sistema parcelario. Es fácil de hallar el modo de suprimir una plaza tan intrincada. Basta que sea el solar el irregular y no la plaza, siguiendo la sabia máxima antigua de esconder en las parcelas edificadas -y dentro de estas, en los muros- las irregularidades desagradables.
La solución de tal problema será distinta en cada caso. Cuando haya dos direcciones principales deben conservarse, suprimiendo solo las afluencias secundarias. Mediante la desviación por curvatura, rotura o trazado irregular de las calles que allí convergen, podrían evitarse lugares tan críticos, dando a la vez motivo para irregularidades en el trazado de las calles que por todos los medios han de conservarse para luchar contra la insípida simetría que amenaza invadirlo todo. En ciertas circunstancias lo indicado es disponer en tales cruceros jardines públicos rodeados de casas.
Todo este estudio nos demuestra que no es necesario fabricar a troquel planos de urbanización moderna como se acostumbra en nuestros días, ni renunciar a todas las bellezas del arte y experiencias del pasado. No es cierto que el tráfico moderno nos obligue a ello; no es verdad que las exigencias higiénicas nos lo impongan; es simplemente la irreflexión, apatía, dejadez y ausencia de buen deseo la que condena a los habitantes de las modernas urbes a soportar toda su vida los barrios amorfos de casas-cuarteles y calles eternamente iguales. Cierto es que la fuerza del hábito nos hace insensibles a ello, pero pensemos, tan solo una vez, en la impresión que reciben nuestros sentidos al regreso de un viaje a Venecia o Florencia; ¡qué dolorosa nos parece entonces esta insípida modernidad! Tal vez sea este uno de los motivos íntimos de por qué los afortunados moradores de estas ciudades artísticamente concebidas no sienten necesidad de separarse de ellas, en tanto que nosotros, cuando menos cada año, huímos unas semanas a la naturaleza, para poder soportar la ciudad durante el año venidero.